martes, 19 de diciembre de 2017

"Bring Me the Head of Alfredo García": Alma de castigador

Que Sam Peckinpah es misógino, machista y su relación con las mujeres debía de ser algo complicado queda patente en sus películas, en quiero la cabeza de Alfredo García queda claro una vez más. La mala suerte de Bennie (Warren Oates), como la mayoría de los protagonistas de sus westerns crepusculares, cantante en bares de mala muerte de Méjico, comienza con una mujer: la hija del terrateniente al que todos llaman El Jefe (Emilio Fernández), embarazada de Alfredo García, El Jefe para limpiar su honor ofrece 1.000.000 de dólares por su cabeza. Bennie va a la caza del millón ayudado por Elita (Isela Vega), que le arrastra a un viaje por lugares llenos de polvo, humo y sin esperanza. Nuevamente Peckinpah nos muestra un Méjico de pobreza, miseria y muerte como ya haría en grupo salvaje, donde los gringos como Sappensly (Robert Webber ) y Quill ( Gig Young ), y los terratenientes como El Jefe, imponen sus propias leyes. Isela Vega logra llamar la atención internacional con esta película en el terreno musical, al interpretar y escribir Bennie´s song, estupenda canción que complete una muy buena banda sonora que mezcla canciones en español e inglés con bastante acierto. El camino de vuelta de Bennie a por la recompensa con la cabeza de Alfredo García descomponiéndose a la misma vez que su imagen va marcando la tragedia final donde la hija, pidiendo la muerte del terrateniente, cierra la violenta historia que ella misma comenzó. Mención especial al cameo de Kris Kristofferson, que también compuso algunos temas de la banda sonora.

María José Rojo

viernes, 1 de diciembre de 2017

"Bring Me the Head of Alfredo García": Romanticismo en el oeste mexicano

Esta película de Sam Peckinpah inspiró una canción del grupo Def Con Dos. Y es que es un filme sobre todo inspirador, empezando por un título al más puro estilo del Oeste, que es ya toda una declaración de intenciones. Mezcla de violencia y de romanticismo, es una clásica huida de un perdedor hacia delante por las polvorientas carreteras de un México miserable. Violencia desde el principio hasta el final, donde la venganza y el dinero movilizan a nuestros personajes. Detrás de esta violencia, el mensaje pudiera ser cómo las decisiones en cierta manera caprichosas de los grandes hombres, afectan a muchas personas, a sus vidas y en sus muertes.

Durante una parte de la película ésta discurre con cierta belleza. A pesar de toda la violencia y miseria que le rodea, nuestro protagonista comparte bellos momentos con su amada. Pero este es más un romanticismo del siglo XIX, lleno de muerte y sin final feliz, llevado a un escenario singular. Porque ella muere, giro fundamental en la trama, cuando él corta la cabeza del tal Alfredo García. El recuerdo de la amada cadáver hará que el enamorado se vea llamado a su trágico destino.

Pero la película es mucho más compleja con personajes y desarrollos apasionantes. Benni, el protagonista, va bajando escalones en la miseria humana, en parte por sus decisiones, en parte por la podredumbre que le rodea. Todo gira en torno a esa cabeza que también evoluciona y se va pudriendo rodeada de moscas: los asesinos a sueldo, la familia del muerto, y ese cacique que la espera en su mansión, y que finalmente la obtendrá junto con toda la muerte que ha sembrado, donde sólo había vida.

M.C.R.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

"Pat Garrett and Billy the Kid": Llamando a las puertas del cielo

Sam Peckinpah lleva al cine en 1973, una vez más y no será la última, la historia de Billy el niño (Kris Kristofferson), famoso forajido a su pesar y de Pat Garrett (James Coburn). En ella cuenta los últimos años del vaquero con bastante rigor histórico.


Habría sido una adaptación más de la historia de Billy el niño sin la magnífica banda sonora compuesta por Bob Dylan, cuya canción knockin´on the heaven door trascendió de las pantallas de cine siendo versionada por bandas tan famosas como Gun and Roses, Bon Jovi, U2 y varios solistas. A cambio de esta soberbia banda sonora Peckinpah tuvo que darle, a su pesar, un papel a Dylan. Dylan estaba interesado en comenzar una carrera cinematográfica, que afortunadamente no inició, volvió a aparecer como Billy Parker en corazones de fuego que pasó sin pena ni gloria. Otas canciones como Peco´s blues o Billy the Kid Theme, completan una banda sonora que hubiera merecido más premios que las simples nominaciones a los premios Bafta y Grammy del año 1974. Y además hay que añadir a esta versión el sello personal de Peckinpah y de sus westerns crepusculares, una vez más la amistad, la misoginia, prostitución temas recurrentes del director junto con el triunfo de la ley y el orden, hacen que esta adaptación sea diferente al resto, a pesar de que la película no funcionó bien en taquilla. La actuación de Jason Coburn eclipsa totalmente a un Kris Kristofferson poco maduro y cuya carrera cinematográfica brilló bastante menos que su éxito como cantante de folk. Esta versión cuenta además con una cuidada ambientación y vestuario.

María José Rojo

"Pat Garrett and Billy the Kid": La balada del perdedor

La primera vez que vi esta fábula de perdedores, era todavía un adolescente, no sabía mucho de cine y, por supuesto, no fui capaz de descubrir al propio Sam Peckinpah en la pantalla, interpretando a un pequeño papel (hace nada menos que de enterrador). Sí sabía un poco quién era y qué representaba Bob Dylan, pero ahora me doy más cuenta de por qué Peckinpah lo eligió, sin ser actor, para un papel de bastante peso, el de Alias, el mercuriano correveidile que hace de puente entre los hombres de Pat Garrett (James Coburn) y los de Billy "The Kid" Bonney (Kris Kristoferson). Además, Bob Dylan representa un importante doble papel en la película, pues además de actuar, la banda sonora compuesta e interpretada por él permea toda la cinta (leo después de escribir esta crítica que Peckinpah no sabía quién era Dylan cuando lo contrató para esta película, cosa que no sé si creerme y que, en todo caso, no impugna lo dicho)


Puede que no sea mi favorita pero es sin duda la película más personal de Peckinpah y en la que más de sí mismo pone. Esto se ve sobre todo en la moraleja de la película. Si en otras del mismo cineasta el antihéroe era una persona que se había alejado de la ley y solo en el último momento y gracias a la amistad se redimía, en esta el protagonista nunca está del lado de la ley, el que lo hace es Garrett, que se pone al servicio de los grandes terratenientes neomexicanos, de los intereses comerciales, no de los del pueblo (esto lo refuerza el cineastra cuando nos muestra lo que los ricos hacen a Paco, el amigo mexicano de Bonney interpretado por el habitual colaborador de Peckinpah "Indio" Fernández).

Garrett se siente en todo momento un traidor y es por eso por lo que tras matar a su amigo, dispara a su propio reflejo en el espejo. Como decía al inicio de la crítica, se trata de una fábula de perdedores de una gran tristeza y lirismo, pero ¿quién es más perdedor de los dos?

Jesús de la Vega

martes, 21 de noviembre de 2017

"The Ballad of Cable Hogue": La suerte está echada

En este western dirigido por Sam Peckinpah el director introduce temas que no había tratado en otras películas, La supervivencia y cómo influye la suerte en la vida de las personas. Cable Hogue (Jason Robards) es abandonado a su suerte sin agua en el desierto por sus amigos, la casualidad, el azar o la buena suerte hace que el vaquero sobreviva al encontrar un manantial de agua, tan valiosa en el desierto como el oro.


Otros temas interesantes que toca son los avances tecnológicos y el final de una era con la aparición del automóvil, invento que acaba incluso con la vida de Hogue; Hogue representa lo arcaico y desaparece con los nuevos tiempos; y la venganza, a pesar de haber sobrevivido Hogue no perdona a Taggart (L.Q. Jones) y Brown (Strother Martin).

En este western Peckinpah si da un papel relevante a una mujer: Hildy, compañera de Hogue muy bien interpretado por Stella Stevens, pero al final la prostituta trae la desgracia a Hogue.

La fotografía de este filme es bastante descriptiva y minuciosa, pone el foco en la dureza del desierto y en los animales y plantas que lo habitan. A pesar de no ser de los mejores westerns de Peckinpah la novedad de introducir temas que no había tocado antes lo hacen bastante interesante.

María José Rojo

viernes, 10 de noviembre de 2017

"The Getaway": Con una pequeña ayuda de mi pareja

Sam Peckinpah nos sumerge en una historia sobre La Huida de una pareja a través de la basura que los intenta engullir.

En este caso, Peckinpah parte de una novela policíaca, la homónima La huida de 1958 de Jim Thomson, retorcido e interesante escritor de novela negra que años después trabajaría como guionista para Kubrick en Atraco perfecto y Senderos de gloria. Su obra está llena de perdedores, aprovechados y psicópatas, un universo del que podemos disfrutar en esta película.

Peckinpah, en plena efervescencia de su carrera, aprovecha el material para hacer una película de persecución, una road movie llena de personajes cargados de mala idea que hacen la vida imposible a una pareja que se ve obligada a cometer un atraco para que nuestro protagonista Doc Mcoy (Steve MacQueen) pueda salir de la cárcel… Ya desde las primeras imágenes y gracias al sonido chirriante de los telares del presidio nos metemos en el agujero en el que McCoy se hunde. Telares, ruido y una minúscula celda que hace que el protagonista pida ayuda a su mujer Carol (Ali MacGraw). El director nos muestra como la excelente Ali ni corta ni perezosa hablá con lo que parece un poderoso tejano para ayudar su marido. ¿Qué quiere decir Doc con “Haré lo que quiera”? ¿Incluye eso que su mujer se acueste con el tejano? Eso da a entender Peckinpah con una música romántica rallando en el horterismo pero que nos deja claro que ha habido tema. Llama la atención de esa escena lo dispuesta que está Carol, a la que no se le ve duda alguna.

Doc sale de la cárcel y la mujer le hace esperar un buen rato, quizás para que nos preguntemos si ha habido traición además de sexo? El encuentro con su mujer es un momento bastante delicado (sexo no, violencia sí) hecho con un plano fijo de espaldas de la pareja, después de un curioso flash forward, en el que el futuro parece un pasado feliz.


Pero la pareja no solo tiene que pagar con el cuerpo de la mujer sino que además tienen la misión de atracar un banco, cosa de la que Doc parece ser un especialista. Las cosas salen mal, evidentemente, y la culpa, como no, es de los socios que les asignan a la pareja , unos tipos realmente desagradables.

Un estupendo Al Letieri (el Sollozzo de El Padrino), Rudy Butler en la película, es el encargado de perseguir a Doc y a su mujer por todo el país; el móvil no está claro, pero da la oportunidad a Sam de mostrarnos la maldad del hombre en forma de deslealtad y traición, encarnada en la mujer del veterinario Fran (Sally Struthers) que nuestro amigo Rudy secuestra junto a su marido y que cambia encantada de pareja dedicándose en cuanto tiene oportunidad a humillar a su marido, hasta que este se suicida. Parece sacado de un cuento de Bukowski.

Los protagonistas huyen y en un momento dado deben esconderse en un cubo de basura que acaba en un camión que prácticamente los engulle. Cuando salen de la basura hay reproches de Doc que duda de la lealtad de su mujer y Carol le pregunta si hubiera hecho lo mismo por ella.

Finalmente la pareja logra huir a México, no sin antes fulminar a los malos con los correspondientes slow motions propios del Peckinpah de la época.

Manuel Leonard

martes, 7 de noviembre de 2017

"The Getaway": El amor lo puede todo

Esta película de Peckinpah, dirigida en 1972, es una interesante crítica al sistema penitenciario del estado de Texas, uno de los pocos que sigue manteniendo la pena de muerte y los trabajos forzados de los penados para redimir sus condenas. Nos muestra la inutilidad de un sistema corrupto que pone en la calle a delincuentes condenados a volver, como el protagonista McCloy, que está impecablemente interpretado por Steve McQueen, que salva un guion de los más flojos de Peckinpah. Sin embargo, Peckinpah sabe explotar la faceta de Steve McQueen de excelente conductor en huidas imposibles, tanto en ciudad como en campo abierto. McCloy sale de prisión por mediación de su mujer Carol (Ali McGraw), condenado a realizar un atraco a un banco por encargo. Este atraco es el inicio de la acción de un thriller que no aburre al espectador a pasar de la azucarada historia de amor que introduce el guion; los toques de misoginia y de violencia, constantes en las películas de Peckinpah, rebajan la pastelosa historia. La película cuenta con una secundaria de lujo, Sally Struthers, la mujer del veterinario, que, a pesar de una corta carrera cinematográfica, eclipsa a una Ali McGraw tan inexpresiva como en las pocas películas que ha hecho, incluida Love Story, donde su papel de Julieta moderna le valió una inmerecida nominación al óscar que no ganó. Afortunadamente, abandonó pronto su carrera cinematográfica.


El inesperado giro final salva a McCloy de volver a un sistema penitenciario inútil y le da una segunda oportunidad de rehacer su vida ayudado por un buen samaritano harto también del sistema.

María José Rojo

lunes, 6 de noviembre de 2017

"The Ballad of Cable Hogue": El dominio del estilo de Peckinpah

Al ver The Ballad of Cable Hogue (La balada de Cable Hogue, 1970) tras hacer lo propio otras de las películas firmadas por Sam Peckinpah, uno se da cuenta del gran dominio del estilo y la capacidad de captar el tono de una historia que tenía este cineasta. El criticado como “Bloody Sam” (Sam el sangriento) por sus escenas de violencia, lo es tan solo en algunas de sus películas, quizás las que han pasado a la posterioridad, de acuerdo, pero no se puede juzgar toda una carrera por un par de títulos. Todo lo contrario es Cable Hogue, una película agridulce y nada desdeñable con toques de humor, momentos dramáticos y de acción. Entre los momentos de humor cabe destacar todas aquellas en las que aparece el pastor pervertido y las escenas en las que la acción se muestra a cámara rápida, usando un recurso nada esperado en un cineasta que precisamente ha pasado a la historia por sus escenas de violencia a cámara lenta.


La balada quizá sea la película más redonda de Peckinpah. Claro que la anterior afirmación es discutible, pero sin duda, la cinta trata varios de los temas que tanto interesan al cineasta. Uno de ellos es el de la amistad, en este caso traicionada. Otro, el del cambio que sufrió Estados Unidos, y todo el mundo con la llegada del automóvil, que mata a Cable Hogue por duplicado: primero, cuando descubre que los nuevos carros no necesitan agua; el agua, ese bien tan preciado en el desierto y que constituye la única fortuna de Cable, y en segundo lugar, literalmente, cuando fallece atropellado por un carro sin caballos, en concreto el de su amada. Todo un final, el de un personaje y el de toda una era, la de los aventureros.

Jesús de la Vega

lunes, 23 de octubre de 2017

"The Wild Bunch": ¿Poética de la violencia y encumbramiento de la amistad?

Nos encontramos ante una ensalzada película, sino la más alabada, de Sam Peckinpah. De ella, han destacado principalmente su esteticismo en la violencia y su absoluta defensa del valor de la amistad. Cuentan que tuvo problemas para su estreno, pues nunca se había filmado la violencia con esa cámara lenta, recreándo los impactos, repetidos una y otra vez, en miles de cuerpos tiroteados. Y también son muchos los maravillados por esa escena final, la del suicidio colectivo en pos del compañero torturado, dejando atrás su único motivo de vida, el dinero.

Con estas expectativas visioné la peli, y me encontré con una muy bien narrada peli de acción, de argumento muy sencillo: asalto al banco, asalto al tren y asalto al poblado fortificado. Todo ello con el único objetivo de conseguir una renta suficiente para, retirarse unos de la agitada vida de bandidos o correrse unas grandes juergas y volver de nuevo a empezar.

Yo eché en falta la profundidad de los personajes. En Duelo en la alta sierra presentan una evolución, mientras que aquí son monolíticos. Tan solo Robert Ryan, el colega traicionado, que les persigue inmisericordemente, con una contradictoria sensación de admiración y odio, tiene una complejidad en su personaje. No llegamos a saber si su motivo para la caza es tan solo de orden práctico, que le sea perdonado la pena de cárcel; o más bien es de índole personal, Pike Bishop le falló en una aventura amorosa y por ello fue detenido. Y qué decir de cómo queda sin sentido su vida, una vez que han muerto sus excolegas: se sienta ante el lugar de la masacre y asiste, pasivamente, a la acción de los buitres. Tanto los animales comiendo la abundante carne disponible, como los humanos despojando a los cadáveres de todo lo material que pueda tener algún valor. Y estos últimos… ¡han sido sus compañeros de viaje! Con ellos ha conseguido extinguir la vida de su vieja banda. Sus queridos e iguales compañeros. Sí, los que han transitado fuera de la ley, pero bajo unos valores de compañerismo y de supeditación al interés del grupo. Y en frente, y él con ellos, los agentes de la ley: bien los inútiles militares, bien los malhechores contratados por la Justicia, que únicamente saben de la rapiña. ¿Con quién podemos identificarnos los espectadores?

Yo eché en falta el realismo de la violencia, tal y como se siente en Perros de paja. Sí reconozco su esteticismo, pero me faltó su dolor. Quizá los bandidos tengan muy claro su pacto con la muerte. Pero esa ingente cantidad de mexicanos que insensiblemente van cayendo uno tras otro…. Quizá esta insensibilidad esté bien explicada en la escena del asalto al banco, tan llena de tanta mala leche, en la que el “ejército” de las buenas costumbres entona sus cánticos y son acribillados, utilizados como escudos humanos en el enfrentamiento entre las dos bandas. Y vemos como, con la calle llena de cadáveres de bienintencionados ciudadanos, los niños recrean despreocupadamente la escena vivida, jugando a policías y ladrones.

Yo eché en falta una poética en las miradas y quizá también en los comportamientos, tal y como sí que sentí en Pat Garret y Billy el Niño. Tan solo veo un grupo perfectamente organizado, donde cada uno de los componentes tienen muy claro que toda acción tiene por fin único el éxito de la misión: obtener el botín. No importa cuántos de ellos caigan, no hay problema con matar al compañero como si no fuera más que un caballo con la pata quebrada, no pasa nada por dejar que los perseguidores se ensañen con el viejo del propio grupo, a fin de poder escapar los demás. La poética de la amistad que se asocia a esa famosa última escena, yo no la veo más que como un suicidio sin sentido. Siempre fueron prácticos, pero en ese momento se les fue la cabeza, quizá ante tanto tiro y tanto caminar por el límite de la muerte, ebrios de poder, decidieron, sin pensárselo, ir al encuentro de la muerte y descansar en esa carrera sin límite. No veo la amistad por salvar a su compañero Ángel, el único cuyo motivo del asalto al tren es dotar de armas a su pueblo machacado por las facciones de mexicanos borrachos de poder.

Y mientras espero con gran curiosidad al Peckinpah que echará mano del humor en La balada de Cable Hogue, permanece en mi, mágica y evocadora, la potente primera imagen de Grupo salvaje. Ese escorpión, lleno de veneno que mata, asaltado por una ingente cantidad de hormigas, que le imposibilitan toda opción de respuesta.

Terezalo

domingo, 22 de octubre de 2017

"The Wild Bunch": La ley siempre gana

Grupo salvaje: no se puede elegir mejor título para este western que comienza haciendo una minuciosa presentación de los integrantes del grupo de forajidos congelándolos a negro, mientras un grupo de niños torturan a un escorpión, la violencia se muestra como un juego del que hay que reirse los niños juegan entre la muerte mezclándose con todo tipo de violencia como parte de su aprendizaje, así es la vida en el lejano oeste, pecado y virtud, y así de cruda la muestra Peckinpah, con una acción trepidante que no da tregua al espectador a relajarse, de vez en cuando introduce remansos de paz en forma de infinitos paisajes con fotografía muy cuidada y localizaciones que situan la acción de una forma muy descriptiva, o en forma de diálogos llenos de reflexiones mas propias de una escuela sofista que de una banda de forajidos, cuya única aspiración en la vida es la de dar el gran golpe que les permita retirarse al otro lado de la frontera, al sur. Mientras en el sur se lucha día a día por sobrevivir al hambre y la miseria que les acosa, a las revoluciones de militares corruptos pagados con dinero extranjero, como Mapache, y a los gringos, como antes sobrevivieron los indios del sur a los sioux.

Al otro lado de la frontera los forajidos son considerados héroes, la frontera limpia el honor y los crímenes, Pike, Dutch, Ángel y el resto de la banda son los héroes de los campesinos y a ellos confían su suerte.


No aparece ningún papel femenino destacable, la mujer sólo puede ser puta o madre y en ocasiones las dos cosas, pero siempre en un segndo lugar, marcando el trágico destino de los personajes sin apenas pretenderlo; en muchos planos fijos es la atracción de la cámara que busca enfatizar la pobreza mas desgarradora y en ocasiones busca la ternura, con escenas en que los niños quitan el protagonismo a los mayores; aparecen además una multitud de personajes anónimos que ayudan a componer una socidad que vive en la miseria, comparándola con la opulencia y la modernidad en la que viven los militares que los esclavizan y protituyen.

El director hace un retrato completo de la sociedad mejicana con sus luces y sus sombras ayudado por una banda sonora elegida con mucho acierto para la ocasión, que enfatiza la tristeza o la alegría según lo requiere el desarrollo del guión. Se puede destacar la habanera la golondrina despidiendo a los héroes.

La exaltación de la amistad y la lealtad, temas recurrentes de Pekinpah, en esta ocasión también son elegidas como gran final que arrasan con todos los personajes. Why not? (¿por qué no?) La frase repetida una y otra vez, empuja a la banda a salir a la arena como los gladiadores después de haber disfrutado de los placeres carnales, y en la arena sólo puede quedar uno.

Los cadáveres serán despedazados por los buitres y los cazarecompensas que trabajan en equipo. Y como colofón y redondeando una película tan aplaudida por sus acierto, premio para  el forajido arrepentido y colaborador, aunque sea a la fuerza: su libertad. La ley siempre gana.

María José Rojo

lunes, 9 de octubre de 2017

"The Wild Bunch": Peckinpah a vista de pájaro

¿Es The Wild Bunch (1969) una película con moraleja? Supongo que no se puede decir tal cosa. No hay nada más lejano a la poética peckinpahiana que catequizar a los espectadores. Sin embargo, a toro pasado, uno se da cuenta de que el cineasta deja caer muchas insinuaciones que se podrían calificar de antropológicas y que darían lugar a varias lecturas.

En primer lugar, hay una confrontación entre el personaje mexicano, Ángel, y los gringos. Así, cuando, al cruzar el río Grande, Ángel dice en español "México lindo", el personaje interpretado por Warren Oates (actor fectiche y alter ego del director) responde "No veo nada de lindo en él, es igual que el resto de Texas". La lectura sería que, mientras el mexicano siente apego por su tierra, los gringos van a donde les pagan. Pero esta lectura no quedaría ahí, porque, según avanza la película, vemos que Ángel no es un mexicano cualquiera. Conserva su lengua, cultura, creencias y amor a la tierra. Es un indio, lo cual lo opone no solo a los gringos sino también a los mestizos que en teoría son sus compatriotas. Da la sensación de que Peckinpah se identifica con los gringos y con los indios pero no con los mestizos y mucho menos con los antivillistas. Así, en un momento el personaje encanado por William Holden dice en un inesperado discurso político algo así como que el mexicano es un pueblo bravo, que guiado por la gente adecuada podría tener mucho futuro.


Da la sensación de que Peckinpah mira a sus personajes a vista de pájaro, como un dios, o, mejor dicho, como un entomólogo, como esos niños que al principio de la película disfrutan torturando escorpiones. Y esto, dejando al lado cuestiones de fondo, está muy patente en la forma de la película. En este sentido, cabe destacar el último plano, en que una grúa nos muestra en picado el futuro o, mejor dicho, la ausencia de él que espera a estos buscadores de fortuna de uno y otro bando que al final deciden juntarse para seguir buscando aventuras, tal vez las últimas de este oeste al que acaba de llegar al automóvil (de nuevo un  momento histórico que aparece en muchas películas del director).

Jesús de la Vega

lunes, 2 de octubre de 2017

"Duelo en la alta sierra": Duelo en la sesera

Esta crítica arrancaba con un título muy claro que sintetizaba sugerentemente el posterior discurso del contenido. “Una malvada mirada, una galopada irrefrenable y una pacífica muerte violenta” iba a ser el resultado de lo sentido en el visionado y lo nacido de la grata conversación sobre la peli. Iban surgiendo temas e ideas, que en apariencia iban organizándose en la cabeza.

En estas, llegó mi viejo amigo, con su largo nombre “Picomásaltodeloqueestoydispuestoatrabajar” y se apuntó a emprender este viaje. Íbamos hacia el mismo destino… pero nos enfrentaban contrarias capacidades. Uno quería reflejar de forma organizada tantas ideas; y el otro hacía presente la indisciplina y ponía en práctica lo contrario a la primera enseñanza que se comunicó en este taller: “antes que nada, hacer un esquema de la crítica.

Y lo que comenzó con el objetivo de construir una compleja crítica con varios temas entrelazados, se ha transformado en el indigno desfallecimiento anímico de estructurar la riqueza de lo sentido. Es el caso contrario al de la película, en la que la misión va a verse elevada desde el objetivo de trasladar, a prueba de robos y tentaciones, un cargamento de oro por el inhóspito y salvaje Oeste, a la muy digna de proteger al ser indefenso, la mujer en el Oeste.


Tal y como Gil Westrum, “el viejo malo”, dice a su pupilo “el oro está donde lo encuentras”. Y así asistimos a una digna transformación de los personajes centrales, simbolizada en una imagen repetida en la película. La mula con la carga de oro permanece abandonada, mientras el conflicto se desarrolla a tiro limpio para resolver quien se queda con la mujer.

Así, Gil, que ha desvelado su juego de traicionar a su viejo amigo, y por ello ha sido detenido, desarmado y descabalgado por el viejo sheriff, cuando tiene la ocasión de recuperar el oro, lo que hará será, llevado por una rocosa amistad, aunque sometida a tentación, lanzarse a pecho descubierto al rescate de su viejo amigo, e incluso a concluir la misión él mismo.

El jovenzuelo, que comienza siendo un arrogante y ligero personaje, tal y como dice el padre de la chica “es como una calabaza seca llena de semillas”, terminará actuando como un arriesgado y valiente defensor del comprometido amor que siente por la chica y como un absoluto respetuoso por la experiencia de la vejez.

Steve Judd, “el viejo bueno”, siempre dando preminencia a la palabra dada y a la ley, incluso perdiendo por ello a sus seres queridos, sentirá como más importante, dar protección a la chica. Ella es el único ser en la peli que no sabe defenderse por sí misma y la única que declara que la vida es compleja, que no todo es blanco o negro, como le repite continuamente su padre, como encarnan en sus actos todos los personajes de la película. Y Steve Judd, en ese giro que da a su motor de vida, se lanza a pecho descubierto a la muerte. Una muerte que algunos llaman digna. Quizá lo digno más bien haya sido toda su vida, y su muerte no sea más que un necesario encuentro ante su imposibilidad de vivir con sus sólidos principios en el Salvaje Oeste.

Y en el debe de esta fallida crítica, quedan unos cuantos temas: ese guardia urbano civilizando un desbocado mundo. También el enfrentamiento entre la juventud, arrogancia plena de energía, y la achacosa vejez, llena de experiencia conocedora. La rocosa inflexibilidad abocada al fracaso de dos personajes de suma bondad: uno el padre de la chica, que ha cortado toda relación con un mundo en el que solo ve maldad, teniendo encerrada a su hija; y el otro, Steve Judd, que intenta vivir en el mundo tal y como es, pero manteniendo sus principios, pese a no obtener más que fracasos ante la incompatibilidad de ambos polos. La amistad que une a Steve y a Gil, hecha de todos los sinsabores que han vivido juntos y de su compartir una vejez que les va minando lo que ha sido toda su vida; una amistad que se tambalea ante la humana necesidad de resarcirse de una vida tan escorzada y sin recompensa alguna. Una malvada mirada que define perfectamente el salvajismo del Oeste. Se la echan dos hermanos Stanton, cuando llega la novia de un tercer hermano, y entre ambos, sin palabra alguna mediante, sólo con sus ojos, acuerdan compartir entre los cinco el cuerpo de la futura esposa de uno de ellos.

Gonzalo Escudero

miércoles, 27 de septiembre de 2017

"Ride the High Country": La muerte del viejo Oeste

La primera escena de una película siempre nos puede desvelar algo importante de lo que quiere el director. En este caso, un viejo vaquero entra en un pueblo y piensa que la gente se ha congregado para verle. Entonces, un policía le empuja diciéndole “aparte, abuelo”; la gente esperaba para ver una carrera de caballos contra un camello.

El viejo Oeste está muerto, algo diferente se abre camino, y así lo muestra un coche que pasa en esa misma escena levantando el polvo de la calle. Este oeste ya no es peligroso porque esté plagado de indios. Éste es el oeste donde lo peligroso es la condición humana de aquellos que se suponen civilizados. Incluso cuanto más se ajustan a las normas, más peligrosos pueden llegar a ser. La brutalidad de unos hermanos que ansían violar a la protagonista femenina puede ser defendida con la ley. Sólo queda la honradez de unos pocos hombres. La amistad y la lealtad por encima de todo, contra una sociedad que florece ya putrefacta.


Las grandes escenas de tiroteos y duelos, la música, las interpretaciones y la fotografía están a un nivel de una gran película que pasó a la historia del cine. La violencia y la belleza van unidas, y no se entenderían la una sin la otra. Hay cierta contención en algunos momentos, se evita que la violencia estalle de manera salvaje a mitad de la historia, en pro del clásico duelo final. También hay una historia de amor con un final feliz que deja satisfecho al espectador, evitando un drama sangriento tras tanta miseria humana. En ese equilibrio, la película encuentra su historia, su curso, y acaba desembocando en la muerte bajo la placidez de los bosques del viejo Oeste.

M.C.R.

"Ride the High Country": El camino del hombre

La dramaturgia de Ride the High Country (Sam Peckinpah, 1962) gira en torno a los tres personajes masculinos. H. Longtree (R. Starr) es un niño que en este viaje iniciático va a aprender en qué consiste la vida de un hombre adulto. G. Westrum (R. Scott) es el hombre ya adulto que se ha dejado tentar y se ha adentrado en el mal camino y lo ha hecho con todo el equipo: decide dar el golpe al dinero del banco y, lo que es mucho peor, traicionar a su amigo de cuando estaba del lado de la ley: S. Judd (J. McCrea). Lo primero se podría perdonar, lo segundo no y por eso este personaje ha de redimirse al final. En realidad, los dos viejos han de morir como metáfora del viejo Oeste en ocaso, en un mensaje similar al que más adelante mostrará en The Ballad of Cable Hogue (1970).

Judd es en cierto modo la figura paterna de Westrum y el abuelo de Longtree. Es el hombre que se ha negado a hacerse rico con malas artes en la tierra de las oportunidades y tiene que seguir trabajando porque nunca se ha dejado tentar por el lado oscuro. Siempre ha sabido lo que tenía que hacer y lo ha hecho, aunque a veces hubiera sido más fácil hacer lo contrario. Si es que existe una moraleja en esta película, esa es la que saca Longree como espectador de excepción de la acción entre los mayores, que el hombre puede dar un tropezón pero debe volver a su sendero: Westrum ha sido tentado pero al final vuelve al camino recto, es más, termina la obra que había empezado Judd. Ese es el mejor tributo que le podía haber dedicado. 


Peckinpah muetra en esta obra de juventud, una de las primeras que hizo para el cine tras su paso por la televisión, un gran dominio de las técnicas cinematográficas, como si se tratara de un cineasta experimentado. En este sentido, destaca la gran fotografía de Lucien Ballard con unas preciosas panorámicas de paisajes tomadas en el parque nacional Inyo, en California.

Jesús de la Vega

viernes, 22 de septiembre de 2017

Crítica de "Ride the High Country"

Magnífico western en el que no nos falta de nada, solo los indios y ni se les echa de menos.

El oro es el eje central de la película y acapara el protagonismo haciendo de hilo conductor, cosiendo historias que confluyen en un mismo punto: la mina. La trama se va tejiendo y destejiendo a gusto del director, que hace una presentación impecable de todos los personajes, que se alejan o acercan del vil metal a conveniencia de un guion bastante elaborado, a pesar de la perpetuación de estereotipos y herencias inherentes al género.

La amistad y la honradez, como contrapunto a la codicia que desvía a las ovejas de su destino, suben al podio de los vencedores prevaleciendo como valores eternos e imperturbables. La ley triunfa sobre los patanes que la desprecian; el amor aparece como la redención de pecaminosas acciones ocupando su lugar en la trama, salvando del mal camino al codicioso joven, aprendiz de vividor, trayéndole a la senda de la rectitud y el orden.


Al final, como en cualquier tragedia griega, el elegido por los dioses para llevar el oro a buen puerto paga con su vida la osadía de creer en un mundo justo donde los malos pierden siempre y los buenos alcanzan la gloria final, aunque en algunas ocasiones tengan que tomar atajos para llegar antes a la meta.

Cuidada fotografía, marco excelente del desarrollo de la trama, y primeros planos en los que muestra la decadencia de unos personajes más que caducos que sin embargo todavía guardan las viejas costumbres del lejano oeste, costumbres que prevalecen como la de poner precio a la vida humana que en ocasiones es menor de lo que vale un caballo o un rifle, el papel de la mujer como moneda de cambio, encasillándola en los únicos y posibles perfiles que permitía la sociedad de la época.

Marijo Rojo

"Breakfast at Tiffany's": Cómo joder una buena película

Partamos de la base de que una película funciona o no en términos exclusivamente cinematográficos, independientemente de que esté basada en una obra literaria. Este es el caso de Breakfast at Tiffany's (Desayuno con diamantes, Blake Edwards, 1961), que está inspirada en una novela corta de Truman Capote que leí hace tiempo, pero que recuerdo demasiado vagamente como para ponerme a compararla aquí con la versión fílmica. Pero además de las literarias, hay otro tipo de servidumbres en el cine, especialmente en el cine de Hollywood, que tienen que ver con la posición central que este arte tenía en la cultura norteamericana hace no tanto tiempo y en el miedo a escandalizar a la sociedad media, burguesa y biempensante de este país y de todo el mundo.

Es obvio que a este segundo tipo de servidumbres se debe el ñoño final de Breakfast..., que me imagino que daría más de un quebradero de cabeza al guionista de la cinta, George Axelrod, y al director cuando se plantearon hacerla. Lo cierto es que el final rompe la lógica interna de los personajes de la película, en concreto la de un personaje tan bien trazado hasta el momento como es el de Holly Golightly/Lula Mae, un ser encantador pero salvaje hasta el punto de no poder comprometerse con nada ni con nadie, de no desempaquetar sus cosasa pesar de llevar viviendo un año en su piso, de negarse a poner nombre a su gato y de ser capaz de abandonarlo bajo la lluvia o, mejor dicho, de permitir que sea libre. Es también hacia el final que el final que el personaje de George Peppard, por lo menos visto con los ojos actuales, nos empieza a resultar antipático. Tan solo porque salió un dían con Holly ya se cree que es suya o, dicho de otra forma, porque él se haya enamorado, ella tiene que renunciar a todos sus planes y dar paso a ese supuesto final feliz que queda totalmente postizo en un film que, de otro modo, sería prácticamente perfecto.


En esta película, Blake Edwards da muestras de ser un director notablemente apto para lo romántico e incluso para lo cómico, sobre todo en una magníficamente rodada secuencia de la fiesta que recuerda a las que siete años más tarde el mismo realizador utilizaría en The Party (El guateque). Lo único que en este sentido no funciona es el papel del vecino japonés encarnado por Mickey Rooney en una creación tan estereotipada y exagerada que resulta totalmente fuera de llugar en una película realista como la que nos ocupa.

Mención aparte hay que hacer del trabajo actoral de Audrey Hepburn, que está excelente en todo momento y especialmente encantadora en la escena en la que toca la guitarra en la escalera de incendios. Lo único que resulta poco verosímil es que esta esquelética Holly hubiera sido en el pasado la rechoncha y rolliza pueblerina de Arkansas Lula Mae. También hay que detenerse siquiera un poco para hablar de la excelente banda sonora de Henry Mancini, que colaborará con Edwards en prácticamente toda su carrera (¡con un total de 206 colaboraciones!) y cuya canción "Moon River" salió de los límites de la pantalla y de las salas de cine para convertirse en un clásico de la música de los 60 por derecho propio.

En resumen, una película deliciosa, sofisticada y casi perfecta, si ignoramos las servidumbre de un final made in Hollywood.

jueves, 27 de julio de 2017

Crítica de "Desayuno con diamantes"

La película que nos ocupa hoy es una obra que casi de forma instantánea se convirtió en un mito del cine clásico, marcando una referencia de estilo de vida en varias generaciones (el glamour).

Se trata de una comedia dirigida por Blake Edwards en 1961, basada en la novela Breakfast at Tiffany´s del escritor Truman Capote y protagonizada por Audrey Hepburn y George Peppard.

Edwards transforma una obra literaria melodramática en una delicada comedia en la que se puede observar el respeto y la sensibilidad que el director muestra por las debilidades de los personajes, dulcificándolos con respecto al libro y poniendo a los dos protagonistas al mismo nivel. Destaca también la seriedad con la que presenta su trabajo al gran público, para hacerla más atractiva. Convierte la película en una historia de amor con final feliz que el libro no muestra.


La construcción de los personajes derrocha experiencia y maestría: Holly, una joven libre, sofisticada y excéntrica, decidida a casarse con un millonario y que, según avanza la historia, se nos desvelará como un ser delicado y frágil. Paul, un joven con los pies en el suelo que intenta abrirse camino como escritor entre el turbulento mundo de las editoriales neoyorquinas y que se enamora de Holly, debatiéndose entre las dudas que se le presentan ante una mujer a la que no se le pone nada por delante y (¿por qué no decirlo?), siempre generó temor a muchos hombres. O.J. Berman, interpretado por Martin Balsam (“Holly es una farsante”), secundario de lujo (Pelham 1,2,3, Asesinato en el Orient Express de Sidney Lumet, Todos los hombres del presidente de Alan J. Pakula). E-2, Patricia Neil (El manantial de King Vidor), mecenas y amante de Paul. Mr. Yunioshi es Mickey Rooney, el artista japonés vecino de Holly con el sueño bastante desajustado, a causa de las llamadas al timbre de ella a horas intempestivas y los ruidos de las fiestas que ésta hace en su apartamento.

Para culminar la obra, Edwards echa mano de su compositor fetiche, Henry Mancini, que realizó prácticamente toda la composición de su filmografía. Destacar la composición “Moon River”. Se trata de una composición sin variaciones complejas pensada específicamente para Audrey, al no tener la actriz formación musical.

Siempre quedarán en la retina de los amantes del cine escenas como el comienzo en el que Holly observa ensimismada el escaparate de la joyería Tiffany's al alba, con las calles de NY desiertas, mientras desayuna un café con un bollo; la fiesta en su apartamento, que suena a un anticipo de lo que luego Edwards nos ofrecería en el excéntrico film El Guateque”, o Holly cantando “Moon River”, sentada en el alféizar de la ventana, tocando la guitarra y observada por Paul desde el piso superior en la escalera de incendios. Estas y otras más se han convertido en iconos de la historia del cine.

El título, Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany’s), proviene de una anécdota conocida en el círculo de amistades de Capote, según la cual alguien que no había estado nunca en Nueva York confundió la prestigiosa joyería con un glamouroso restaurante neoyorquino.

Juan José Palomo

viernes, 14 de julio de 2017

"Sunset Boulevard": Anatomía del fracaso

Hace mas o menos tres años acudí a recoger a una amiga que salía del frenopático, tras su enésimo intento de suicidio, y nada más verme, sin apenas saludar, dijo "vamos a casa a ver Sunset Boulevard". Cuando le pregunté por qué, respondió que era la única película en la que todos sus personajes realizan un viaje que lleva de la degradación al abismo más negro, y lo hacen de forma consciente. "Como yo", añadió. La miré y asentí.

Y recordé Sunset Boulevard y a mi retina llegó la voz de un muerto en una piscina reviviendo su descenso a los infiernos y las singulares circunstancias que provocaron su degradación y las poderosas luces y sombras de una triste y ajustada fotografía en blanco y negro, los expresivos y dolorosos ojos y manos de una vieja y demolida estrella del cine mudo, la lealtad infinita y humillada de un primer amor que no muere, el solemne entierro del cine mudo, la crueldad de Hollywood.

Y sin saber la causa me vino a la memoria Neil Young diciendo: la otra cosa que tenéis que realmente hacer es acoger en vuestras vidas con los brazos muy abiertos y una visión muy amplia es el fracaso. Aseguraos de darle siempre la bienvenida al fracaso. Decid siempre: fracaso, encantado de tenerte, ven.


Porque la obra maestra, una más (nadie ha sido tan sublime tantas veces: El apartamento, Días sin huella, Perdición, El gran carnaval, Irma la dulce...) parida por este poeta del claroscuro, nos habladel fracas y las muchas y deslumbrantes neuronas de WB lo diseccionan parte por parte, con la frialdad de un forense social, desde la caída del Hollywood de la edad de oro a una prensa carroñera, tanto en la realidad como en la ficción, dimensiones ambas que entran y salen del filme con la misma facilidad con la que el cuchillo corta la mantequilla.

Sarcasmo, gracia y lucidez parten de la afilada boca de Wilder. También muestra comedia y drama. Enseña con mordacidad las miseriashumanas, pero comprendiendo sus razones para sercomo son y actuar como actúan. Encadena planos con ferocidad descriptiva, mezclando a partes iguales, como el más consumado barman, inteligencia y complejidad, ritmo y atmósfera.

Nada es previsible, los secundarios alcanzan vida propia, y ahí están las figuras de cera, ¡un brindis por ellos!, el fiel Von Stroheim o el resto de figurantes, todos perdidos en los días sin huella. En muchas secuencias, Billy Wilder me provoca un nudo en la garganta y un escalofrío, y en todas un sigiloso déjà vu de tristeza.

Larga vida a la obra de este cerebro poderoso y original que escapó a la barbarie nazi viajando a Estados Unidos. Una vez allí se enteró de que su madre y buena parte de su familia habíansido gaseados por los de raza aria. Por eso, recordad, fracaso, encantado de tenerte, ven.

D.S.

jueves, 13 de julio de 2017

"Sunset Boulevard": El guionista que narró su propia muerte

El cadáver de un guionista flota en la piscina de una mansión de una antigua estrella de la pantalla. Él siempre quiso tener una piscina  ¿Quién en todo Hollywood no deseaba tener una? El propio cadáver nos narra, en un guion escrito in extrema res entre el terror y la ironía, la historia que le arrastró hasta aquel destino fatal.

Probablemente hasta que Wilder no lo dijo, en Hollywood no se habían dado cuenta de que las estrellas envejecen, se olvidan y hasta a veces pueden enloquecer.  No todo era glamour y perfección en la industria del cine. Probablemente esta cinta molestara a más de uno de los grandes de la industria. Al menos Louis B. Mayer, cabeza de la MGM, así se lo hizo saber al director. Sus palabras fueron: "¡Hijo de puta! Has hecho caer en desgracia a la industria que te alimentó y te hizo. Deberías ser tirado al alquitrán, cubierto con plumas y expulsado de Hollywood". A lo que Billy Wilder contestó con un escueto "Fuck you!".


El film está magistralmente interpretada por Gloria Swanson, divina donde las haya, con sus gestos grotescos y exagerados y esa mirada que es la pura expresión de la locura. Sobrecogedor su descenso final ante las cámaras en lo que ella cree su ansiado regreso a la cúspide. William Holden, excelente en su papel de guionista cínico y ambicioso. Erich V. Stroheim, con una actuación sobria, es capaz de emocionar con el lado humano del personaje y Nancy Olson que pone el contrapunto al personaje de Swanson aportando la imagen de una chica joven y sencilla. Wilder nos obsequia además con la sorpresa de los cameos de grandes estrellas del cine mudo, Buster Keaton, H. B. Warner y Anna Q. Nilsson. Del director Cecil B. de Mille y de Hedda Hopper, famosa columnista de la época.

Magnífica película, ya mítica, de un gran director. Un guion impecable que Wilder compartió con Charles Brackett, con quien ya había colaborado en otras grandes cintas como Ninotchka de Lubitsch o Berlín Occidente del propio Wilder. Inteligencia y virtuosismo cinematográfico que dan como resultado una obra maestra que se graba en las retinas y en la memoria de los espectadores.

Matilde Lledó

lunes, 26 de junio de 2017

“A Royal Scandal”: ¿Está el amor por encima de las cuestiones de Estado?

¿Puede La persona más poderosa del mundo (hoy diríamos Donald Trump, antaño pudo ser la zarina Catalina la Grande) tener sentimientos? ¿Puede enamorarse? ¿Puede sentirse sola aunque siempre esté rodeada de guardas, escoltas, embajadores, ministros y cancilleres? Este dilema plantea A Royal Scandal (La zarina, 1945).

Esta película -con guion de Edwin Justus Mayer y basado en una obra de teatro de los húngaros Lajos Biró y Melchior Lengley que Ernst Lubitsch ya había llevado al cine mudo en 1924 con Pola Negri y Adolphe Menjou en los papeles principales- la produjo el propio Lubitsch, quien también la iba a dirigir. Al ponerse este enfermo, se convirtió de la primera de las dos películas que le terminó su discípulo Otto Preminger -la otra fue That Lady in Ermine (La dama de Armiño, 1948), que Lubitsch no pudo acabar por fallecimiento-. Pero, pese a no ser terminada por Lubitsch, la película cuenta con su toque. En todo caso, Preminger le dio un sentido de humor menos delicado, de trazos más gruesos. La película se basa en personajes tal vez algo estereotipados, pero que en el fondo no lo son tanto: hacen lo que quieren y se lanzan a la piscina. En todo caso, lo cierto es que en toda el metraje uno no para de reír, salvo cuando el personaje encargado por Anne Baxter le hace ver al protagonista su excesiva inocencia.


Especial mención merecen las actuaciones de una excelente Tallulah Bankhead, perfecta en el papel de la zarina, y su contrapeso humorístico ideal, Charles Coburn (el canciller). El soldado que asciende en el escalafón gracias a sentarle muy bien el uniforme blanco (William Eythe) al principio de la película no parece muy buen actor, pero según esta avanza, te das cuenta de que el personaje exige una actuación cándida, no fácil de lograr. También cabe destacar al siempre excelente actor fetiche de Lubitsch Sig Ruman, y a Vincent Price en uno de sus primeros papeles, el de embajador francés. Borda sus diálogos tanto con el canciller como con la zarina.

En resumen, una excelente película que retrata con gran humor las conspiraciones de palacio y que, en el fondo, tiene por moralina que por muy poderosa que sea una persona, el amor siempre la hace débil.

Jesús de la Vega

viernes, 23 de junio de 2017

"A Royal Scandal": Un híbrido, la madre Rusia y la polla de un caballo

A Royal Scandal (La zarina, 1945) la comezó a rodar Ernst Lubitsch, sufrió un infarto y la terminó Otto Preminger. Ninguno de los dos reclamó su autoría y cuando les interrogaban sobre el filme, miraban para otro lado, acaso silbando "Singing in the Rain", al tiempo que mostraban el dedo medio levantado y una sonrisa bobalicona.

No estamos ante una obra plena sino ante un híbrido, en el sentido de un producto formado por elementos de distinta naturaleza. La tragicomedia de Lubitsch es la parte externa, divertida, con ritmo, diálogos vertiginosos. centrada en conspiraciones palaciegas en la Rusia de Catalina II, con un gran Charles Coburn, el canciller, al timón de las maniobras políticas y faro e imán de todas las conjuras.

De otro lado, el academicismo de Preminger, que venía de rodar Laura, una de esas películas por las que se ama el cine -sí, y también Angel Face-, ocupando la parte interna, la soledad de una reina, sus dudas y miedos, el deseo, muy irregular, con una natrativa embarullada, demasiadas moscas revoloteando en torno al ojo de la cámara, produciendo una especie de ruido visual que impide seguir con nitidez las 24 imágenes por segundo.


En ambas partes, externa e interna, la madre Rusia, a la que da voz y gobierno la zarina, protagoniza la cinta. Tallulah Bankhead encarna sin problemas a la alemana Catalina II, que siendo princesa casó con el zar Pedro III, al que consideraba insulso (lo era) y al que no tardó en echar del trono para ocuparlo ella misma durante 34 años, justo hasta que su hijo Pablo decidió quitarla de en medio al más puro estilo de los Borgia.

Culta, inteligente, capaz, pertinaz lectora, se carteaba asiduamente con Voltaire, Diderot o Montesquieu, los padres de la Ilustración, que quiso extender a Rusia. También intentó suavizar las condiciones de vida del campesinado. No consiguió ni lo uno ni lo otro o no la dejaron. Pero sí anexionó Crimea, asunto en el que su más reciente sucesor, Putin, la emuló hace nada, en 2015.

Bankhead, de formación y largo recorrido teatral, compone el personaje desde la gesticulación de sus dedos y manos y mediante unos ojos chispeantes, ágiles y cómicos. Anne Baxter muestar por qué años después filmaría All about Eve, de Joe Mankiewitz, con Bette Davis, sin duda la actriz que mejor ha interpretado con manos y ojos -Bette Davis Eyes-, que también daría vida a Catalina en Orgullo y prejuicio (Stanley Kramer). Vincent Price: excelentes y plenos de gracia sus diálogos con Coburn, anticipa sus años de la factoría Corman.


Catalina II coleccionó una gran cantidad de amantes, hecho que jamás ocultó. Aunque la lista es larga, de Saltikov se contaba que era el padre de Pablo y de Potiomkim, al que luego Eisenstein inmortalizó en forma de acorazado, que fue su gran amor. Sea como sea, la zarina disfrutaba del sexo... a lo grande. Incluso mandó construir habitaciones pornográficas donde daba rienda suelta a sus bajas pasiones... a lo grande.

Cuenta la leyenda que Catalina falleció tras intentar mantener relaciones sexuales con un caballo, algo sin duda... grande. Pero no es cierto. Murió de una apoplejía, puede que provocada por veneno, pagado por su hijo. Pues bien, si establecemos una analogía, el tipo que destroza el largometraje tiene nombre y apellidos: William Eythe, patán más que actor, cara de cartón aburrido, sin pizca de gracia, que hace naufragar todas y cada una de las escenas en las que por desgracia aparece, incapaz de articular una mueca o de mover un brazo con soltura, impedido hasta para dar los buenos días, peor que las siete plagas de Egipto para la gran pantalla. Y el tal Eythe acaba siendo eso: la polla del caballo que jode a La zarina.

E.S.

jueves, 22 de junio de 2017

"To Be Or Not To Be": La magia de un gran libreto

Esta crítica no la iba a hacer. No estaba inspirado. Además, escribí una sobre la misma película hace exactamente tres años. En esa ocasión la tuve que hacer a la fuerza por ser trabajo obligatorio en un curso de crítica en el que participé. Y, aunque tuve la suerte de que me mandaron hacer la crítica de una de mis películas favoritas, todos aquellos que recordamos nuestra época en la educación obligatoria sabemos la rabia que da que te obliguen a hacer algo. No sé si fue Marx quien dijo que solo el trabajo que se hace voluntariamente ennoblece al ser humano.

La cuestión es que antes de rendirme por completo, me puse a mirar en bases de datos información sobre To Be Or Not To Be (Ser o no ser, E. Lubitsch, 1942) y caí en la cuenta de que el autor de la obra de teatro en la que está basada, el húngaro Melchior Lengyel, es también el autor de los libros en los que se inspiran nada menos que Angel, Ninotchka (las dos películas que, por su calidad, habíamos elegido para iniciar este ciclo) y A Royal Scandal (la siguiente). Hay algo más que una mera coincidencia en este hecho. Y es que los guiones de las cuatro películas son deliciosos, lo que quiere decir que las obras en las que están basadas tal vez también lo sean. Habría que buscarlas.


Pero ya va siendo hora de que hablemos un poco de la película y es que en este caso uno no sabe por dónde empezar a cantar sus virtudes, porque desde el minuto 0 es un torrente de risas, equívocos, juego con las expectativas del espectador. En este sentido quisiera destacar tan solo la parte en la que Joseph Tura (Jack Benny) se hace pasar por el coronel Ehrhardt y los giros que da el argumento, pues su pobre actuación hace que el profesor Siletski lo descubra. Y luego se cambian los papeles y tiene que conocer al auténtico "Campo de Concentración" Ehrhardt, esta vez en el pellejo de Siletski. La verdad es que los actores poseen una vis cómica innegable y Lubitsch les saca todo el jugo. Son, al contrario de la ficción, grandes actores, pues lo más difícil que puede haber para un actor es encarnar convincentemente una actuación dentro de otra. Por otro lado, el realizador se ríe del enorme ego que suelen tener los actores y que en el caso del protagonista le lleva hasta a delatarse al hablar del "gran, gran actor polaco Joseph Tura".

De nuevo, como en otras películas del ciclo, el director nos plantea detrás de la trama y las risotadas, en un segundo plano, como quien no quiere la cosa, dilemas morales. ¿Hasta dónde está bien que una artista famosa y, digamos, ligerilla de cascos, como Maria Tura (Carole Lombard), tontee con aliados y enemigos por igual?

No quiero repetir aquí lo que puse en la otra crítica, así que solo me queda recomendar a todo aquel que no haya visto la película, que lo haga.

Jesús de la Vega

viernes, 9 de junio de 2017

"To Be Or Not To Be": Cuando el drama se hace realidad, solo nos queda la comedia

Hitler paseando por las calles de Varsovia antes de su invasión, una voz en off que nos retransmite con pasión este hecho ¿Qué está pasando? ¿Cómo puede estar sucediendo? Éste es el principio de una de las mejores películas de Lubitsch y de la historia del cine. La respuesta es que una compañía de teatro polaco está representando una obra sobre el régimen nazi en la ciudad, y el actor que interpreta a Hitler ha salido a la calle como un desafío.

Ésta es una de las principales líneas de la película. Un grupo de actores  que se ven obligados a sacar el teatro a la calle, a la vida real en la que será la más arriesgada de sus representaciones.

Qué diferencia el escenario de la vida misma, si todos estamos representando un papel. El actor presuntuoso, la diva eclipsada por su marido, el héroe de guerra…  pero detrás de cada papel acabas queriendo a unos tiernos personajes interpretados magistralmente. Y entre todos ellos, destaca el actor secundario que por fin puede recitar su texto preferido: “Si nos pinchan, ¿acaso no sangramos?” declama en su mejor actuación delante del ejército de las SS.

El juego que dan estos cómicos con sus uniformes nazis en una trama de espías no es desperdiciado en absoluto por el director, que a cada momento nos sorprende con sus giros de guión. Éste (el guión) parece una maraña de lana que, sin embargo, al tirar sale limpiamente esquivando todos los enredos. Enredos que hacen disfrutar al espectador con un fino humor y que se mezclan con otras dosis de cine de de espías y aventuras. En esta mezcla de géneros es donde un gran director triunfa, especialmente por el tono de comedia que consigue que todos los dramas finalicen con una sonrisa.

¿Realidad o ficción? ¿No parece la II Guerra Mundial una gran y espantosa representación de lo peor del género humano? ¿No es la comedia la mejor manera de hacer una crítica feroz contra lo que supuso el nazismo? El teatro (y el cine) son una manera de conectarnos con lo que hay detrás de las máscaras. Son una potente herramienta para denunciar lo que fuera de las tablas y sin disfraz no siempre es posible. Cine y teatro de la mano en una película que te hace emocionarte, reírte y mantenerte en vilo, para acabar dándole vueltas a los diferentes mensajes que transmite esta gran obra maestra del cine.

M.C.R.

miércoles, 31 de mayo de 2017

"Ninotchka": Constantinopla se convirtió en Ankara

Oh l'amour, l'amour!… ¿Qué tendrá París que, también en esta segunda película que vemos de Lubitsch, nuevamente el amor es la cuestión capital del film?

Y allí mismo, en París, asistimos al conflicto entre ideologías contrarias de aquellos tiempos. Dos posturas irreconciliables, el austero e idealista mundo comunista se ve sometido a las tentaciones de los fastos consumistas del capitalismo y a los vuelos del amor. La primera delegación socialista sucumbe inmediatamente, pero la segunda, plenamente convencida del ideal socialista, resistirá en su pedestal… ¿indestructible?


Y veremos cómo el director nos cuenta el triunfo del amor por encima de las ideologías; cómo los dos amantes conforman el “nuevo partido del amor”. Y donde esta victoria se impone será en Constantinopla, puente entre Oriente y Occidente. Otras dos realidades tan diferenciadas como los enfrentados en el siglo XX.

Pero en esta ocasión Lubitsch no lució su toque. El protagonista masculino no encarna más que el cortejo de pavo real, al modo de la primera media hora de “Angel”. Y ella, rompe sus firmes convicciones ideológicas sólo a través de una espontánea risa. Y esta capitulación no recurre a la inteligencia del doble sentido ni del fuera de campo. Tampoco están presentes los dardos irónicos contra el capitalismo, como sí que aparecerán posteriormente en la peli “un, dos, tres” 1961 Billy Wilder, coguionista y mejorador de Ninotcka. Por que… ¿qué renuncia hace León para fundar el partido del amor? ¿Hacer un día su cama y mandar al mercado a su mayordomo para que lo cambien por la botella de leche de cabra del crecimiento comunista? ¿Y qué ocurre con la comparación entre los dos mundos posibles? Nos presenta al comunista como un ingenuo idealista, carente de toda satisfacción, lo cual le lleva a sucumbir fácilmente en las tentaciones. Y sin embargo, el mundo capitalista aparece únicamente lleno de glamour, riqueza, oportunidades y hedonismo en el sentido más superficial del término. ¿Dónde quedan las miserias de una de las dos partes del conflicto? En “Angel” asistimos al combate inteligente, irónico y con muuuuucho doble sentido, con sus cualidades y todos sus defectos, entre dos mundos irreconciliables. Aquí, sin embargo, el enfrentamiento es una patochada.

Por ello, estos dos espectadores afirman que Constantinopla más bien fue el frío mundo banal de Ankara. ¿O quizá, fue demasiado inteligente Lubitsch y su toque como para ser capaces de apreciarlo?

Terezalo

domingo, 28 de mayo de 2017

"Ninotchka": ¿Puede el amor acabar con los ideales más férreos?

O cómo una fría agente soviética acaba en los brazos de un dandy de poca fortuna con título de conde. Una magnífica dirección de Lubitsch, una música que acompaña a la cámara. Humor, ironía, sátira y la sonrisa de Greta Garbo... ¿se puede pedir más?

Las primeras escenas, con esa puerta giratoria que introduce a los tres rusos en los lujos refinados de Occidente, es impecable. Los diálogos, geniales y los actores, no sólo los dos protagonistas, están de sobresaliente.


La historia, fundamentalmente montada para hacer una crítica al sistema comunista, seguramente cumplía en ese momento con las expectativas del público de la órbita capitalista. Demasiado simplista en la transformación tan rápida de Ninotchka, apenas unas risas y sus firmes convicciones se desvanecen. Es cierto que el lujo es excesivo: ¿no había pobreza o al menos clase media en los países capitalistas? Que apenas aparece una ligera crítica a las clases altas en el diálogo de Ninotchka con la gran duquesa. Y, cómo no, que al final la ingenua mujer, da igual cabaretera, chica llegada del pueblo o toda una fría agente rusa, es salvada por el caballero bienhechor.

A pesar de todo esto, una deliciosa película que me hizo reír y disfrutar del cine con mayúsculas.

Matilde Lledó

viernes, 26 de mayo de 2017

"Ninotchka", la seda de Lubitsch atrapa la risa de la Garbo

En 1939 Ernst Lubitsch, que venía de encadenar el genial tríptico La viuda alegre, Angel y La octava mujer de Barba Azul, citó a Greta Garbo en su casa. La sueca, por su parte, venía de rodar Ana Karenina, Camille y Maria Walewska, tres éxitos de taquilla que encumbraron a esa máscara bella, hierática, como indiscutible reina de Hollywood.

Garbo llegó puntual a la cita. Traje de chaqueta color gris perla y gafas de sol con montura de carey. El berlinés, embutido en su clásico terno príncipe de Gales color castaño, fue directo al grano: "quiero verte reír". La actriz respondió: "Tengo que prepararlo. Nos vemos mañana a la misma hora".


Al día siguietne, cuandola estrella llegó, se sentó frenteal maestro y le preguntó si estaba listo. A continuación, dijo Lu, la Garbo le mostró tooodos y cada uno de los registros de la risa que existen. En apenas quince minutos le enseñó el vademecum de todas las risas. La artista no sólo sabía reír sino que lo hacía con la mismafacilidad con la que se cierra la puerta de un Rolls Royce.

Y esto es Ninotchka: la seda elegante, maliciosa, sutil y vitalista de Lubitsch envolviendo la risa de la Garbo. Seda y risa como armas de destrucción masiva frente a los recelos de dos potencias antagónicas, la URSS y EE.UU. El guión, corrosivo por gracia de Wilder, arremete contra todo, ya sea un plan quinquenal soviético o el rancio costumbrismo de los mayordomos ingleses.

No falta el toque Lubitsch. Las puertas giratorias de un gran hotel sirven como arranque de la comedia y como presentación de los tres camaradas esperpénticos y muy humanos que acompañarán a Ninotchka en su viaje hacia el amor inesperado.

Coda. Ernst Lubitsch recurre al gag más ancestral, si hablamos de cine, para conseguir que Greta Garbo ría. Sí, lo habéis adivinado: un hombre cae de una silla y la risa que provoca nos traslada a un final de cuento feliz, situado nada menos que en la icónica Constantinopla.

Ninotchka, sin duda una de las cumbres de la comedia.

E.S.

"Ninotchka" o la conexión entre la risa y el amor

Una cigarrera entra en un cuarto donde se oyen las risas subidas de tono de Iranoff, Buljanoff y Kopalski. La cámara se queda fuera, tan solo vemos una puerta. Tras ella, se intuye una fiesta. Al poco, la cigarrera sale arreglándose el vestido y el pelo. ¿Qué ha pasado? ¿Se va azorada porque los efusivos bolcheviques que descubren la vida loca de París la han molestado? Corte. Al instante vemos a la misma cigarrera subir las escaleras, esta vez con otras dos compañeras. Esa escena tan sencilla refleja tal vez como ninguna el toque Lubitsch: lo que el espectador infiere no ya sin una sola palabra, sino sin tan siquiera ver nada. Y es que en el cine de Lubitsch, lo que sucede fuera de campo es igual de importante o más que lo que vemos.


Cómo no, estamos hablando de la deliciosa Ninotchka (1939), una de las mejores películas del cineasta de origen alemán y la última de las dos que hizo con su discípulo Billy Wilder como guionista. El film resulta un derroche de sobreentendidos, malentendidos e insinuaciones, en el que el juego amoroso, el social y el político se superponen: la guerra de sexos se da a la vez que la guerra entre el bloque socialista y el capitalista.

La risa de Ninotchka (Greta Garbo) marca un antes y un después (de hecho, el eslogan de la película era: “Garbo ríe”). Hasta entonces, la rusa es una mujer fría y calculadora, capaz de matar a un soldado enemigo mientras le besa. Para ella el amor es tan solo una cuestión de química. Pero eso cambia en el mismo momento en se ríe al ver caer al conde Leon (Melvyn Douglas). A partir de entonces, el amor le hace ver todo de otro modo: lo que antes era un sombrero ridículo se convierte en un bonito accesorio y comete un gran error, hace algo que antes no se le pasaría por la cabeza: ponerse, aunque sea por una noche, las joyas de la gran duquesa. Este hecho desemboca en su acelerada huida sin despedirse. Al final, como siempre en este tipo de películas, el amor prevalece y Leon logra que la otrora bolchevique perfecta deserte y se pase al bando capitalista.

¿Cuál es la moraleja de la película, si la hay? Tal vez podría ser que el amor nos hace ver las cosas de otro modo: todo lo trastoca. Y es que el cine de Lubitsch,como el de Fritz Lang, nos plantea dilemas morales de un modo muy sutil. Dicho de otro modo, nos habla de los límites. Así, hay un momento de cambio para Leon, cuando retira de su escritorio la foto de su hasta entonces protectora, la gran duquesa Swana. En ese momento, un personaje un tanto ambiguo se redime por amor. Algo similar ocurre al final, cuando Ninotchka decide abandonar su amado país por amor.

Jesús de la Vega

lunes, 22 de mayo de 2017

"Angel": ¡Considérame... que me pierdes!

Ante nosotros, una peli que nos narra un argumento tantas veces repetido. Una pareja consolidada, él con un importante trabajo que le absorbe por entero, y ella, disfrutando de toda clase de comodidades y volcada en atenderle… las pocas veces que está en casa. Y es su ausencia, tanto física como “espiritual” la que da pie para que la esposa haga un viaje a París buscando sentirse viva.

Echa mano de su pasado y se reencuentra con una duquesa huída de la Revolución Rusa, que organiza fiestas, actuando como una celestina de la alta sociedad. Asistimos a su cena con un recién conocido y posterior paseo romántico. Vemos cómo vuelve a sentirse amada y admirada. Todo muy tópico y empalagoso. Pero ella oculta su identidad, queriendo sólo disfrutar del momento. El, también enamorándose, necesita hacerla suya, al menos con la palabra, y la nombra “Angel”. Toda la escena trufada de glamour y lugares comunes, aventuran una peli insustancial. Tan solo es destacable la llegada misteriosa de ella, y más aún su desaparición. Nos quedamos, al igual que el partenaire romántico, atravesados por la incógnita.


Afortunadamente, el director sabe ejecutar como nadie el toque Lubitsch. Y la evolución del conflicto que vive la protagonista nos va a tener en vilo, llevándonos por inesperadas situaciones, tanto a nivel argumental, como especialmente, en la manera en que nos lo va contando. La película dará un giro de estilo y nos introduce en el hogar de la protagonista. Entramos en un inteligente (dobles sentidos) y elegante (nunca en el sentido aristocrático o educacional) juego de situaciones con doble nivel de realidad: la aparente (las normas sociales que rigen el mundo al que pertenecen) y por debajo, va desarrollándose muy sutilmente una vida en la que el conflicto evoluciona libre de ataduras. La peli está llena de mil detalles en la que se dicen las cosas sin nombrarlas. Tanto es así, que cualquiera que asistiera a la conversación, sin conocer el contexto ni tener una mirada afilada, sería incapaz de ver el mundo que bulle bajo las educadas formas. Como ejemplo, baste la frase del marido explicando que está en París para satisfacer su curiosidad por saber si Angel, la amante de su amigo, es morena. Nosotros, como espectadores, al igual que la protagonista, sabemos que su objetivo es descubrir si Angel es su esposa.


Y es en París, en la misma casa donde arrancó insulsamente la peli, donde, mediante sucesivos giros sorprendentes de la relación, va a resolverse, fina y sutilmente, el conflicto de la pareja. Y muchos acusarán a la peli de no ser más que una defensa del modelo socialmente establecido. Estos, en su pretendida modernidad, no habrán disfrutado del toque Lubitsch, ni habrán aprendido a ver más allá de la mera apariencia. La resolución del conflicto ha incluido una consideración… Y por ello no se ha producido la pérdida.

Terezalo

viernes, 12 de mayo de 2017

"Angel". ¿Final feliz?

Existe la teoría edípica de Casablanca (1942). En ella Rick (Humphrey Bogart) es el niño enamorado de la madre, Ilsa (Ingrid Bergman), y que pretende sustituir al padre legítimo, Victor Laszlo (Paul Henreid). Sin embargo, en el mítico final, triunfa la sensatez y la pareja formalizada ante el juzgado es la que prevalece. La mujer sabe cuál es su puesto junto al héroe, y Humphrey Borgart tiene que asumirlo y crecer. Acostumbrarse a perder. El deseo no triunfa.

Otra de las películas que encaja con este modelo es Los puentes de Madison (1995). Cómo olvidarnos de Clint Eastwood bajo la lluvia. La imagen de la desolación. Y de nuevo es la esposa-madre obligada la que tiene que poner orden y cada cosa en su sitio. También ella. Porque qué gran escándalo social supondría romper con las reglas establecidas.

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Y así se comporta en esta película, Angel (1937, Ernst Lubitsch), finalmente la grandiosa Marlene Dietrich. Después de toda una película dejándose querer por la cámara, ocultándose de ella, conquistando con su mirada... (méritos que en gran parte son del director). Después de ser objeto de deseo y a la vez amante esposa, también hace su elección.

Pero el valor de esta obra no reside en lo que cuenta, sino en cómo lo cuenta. El esfuerzo que exige del espectador que se pregunta frecuentemente ¿pero qué está pasando? Escenas geniales son las de los sirvientes en todas las situaciones. Los equívocos, los secretos y los planos fuera de campo son constantes y van construyendo la historia. Es una película que merece ser revisada muchas veces para entender la manera en la que Lubitsch construye esta trama que acaba con un final agridulce.

M.C.R.

"Angel": El juego de las omisiones

Ya es un lugar común que el cine mayoritario proveniente de Estados Unidos trata al espectador como tonto. Y muchas veces es cierto, pero hubo un tiempo en el que el cine comercial de este país en vez de ser condescendiente con el público, jugaba con él, con lo que sabía y lo que desconocía, con sus expectativas y su psicología. Este es el caso del cine de Ernst Lubitsch y, muy en especial, de Angel (1937), una de sus obras mayores y, sin duda, una película con el toque 100% Lubitsch. Aunque mejor habría que decir 100% Samson Raphaelson, en honor al guionista de muchos de los mejores films de la etapa estadounidense del director berlinés.

Comienza la trama. Un travelling en el lugar de los ojos de un anónimo cotilla nos muestra desde el otro lado de las ventanas cómo funciona todo en el palacete de la gran duquesa Dmitrievna. Un encuentro casual va a marcar, tal vez de por vida, a dos de los personajes de esta película triangular. A partir de ahí, una trama elegante y deliciosa no nos deja parar de pensar, de indagar, de fantasear, de hacer suposiciones, nos da pistas de por dónde van a ir los tiros, pero los momentos clave no se nos muestran.


La innombrada Angel (Marlene Dietrich) desaparece, se esfuma, pero no lo muestra la cámara, tampoco vemos a su amante, Tony (Melvyn Douglas), buscando a la fugitiva. En realidad no vemos nada. Solo se les oye, mientras vemos la mirada de la vieja vendedora de flores que sigue con la vista lo que está pasando fuera de campo.

Tampoco se nos muestra qué cara pone Tony cuando descubre en la foto sobre el piano de los señores Barker que su amante es en realidad la esposa de su gran amigo Lord Barker (Herbert Marshall). Este plano se nos omite.

A continuación también los cineastas usan una elipsis en otro de los momentos claves de la trama: la comida en la que por primera vez se junta el trío en discordia. Solo vemos la cara que pone el servicio y las deducciones (desacertadas, por supuesto) que estos hacen de lo que acontece a través del estado en que quedan sus platos.

Por último, tal vez el momento más genial de la película, el desenlace, en el que se juega toda una partida de ajedrez entre los tres personajes centrales. La mujer descuidada por su rico y ocupado marido debe decidirse entre sus dos galanes. Se nos plantea la disyuntiva sobre qué hacer: optar por una vida tranquila junto a su aburrido esposo o convertir en algo serio lo que nació como una apasionante aventura (y que, probablemente, por definición, se convierta también en un matrimonio aburrido como el que ahora vive). El marido acepta el juego de fingir que Angel existe y que no es ella (aunque lo sabe perfectamente) y se compromete a que, si ella decide quedarse con él, la cuidará un poco más. Claro está, en esta película del periodo del timorato código de censura Hays, la heroína se decanta por la opción decente. Nunca sabremos qué habría pasado si hubiera hecho el mismo film tan solo una década antes Lubitsch, el mago de la puesta en escena y de las omisiones.

Jesús de la Vega