Al ver
The Ballad
of Cable Hogue (
La balada de Cable Hogue, 1970) tras hacer lo propio otras de las películas
firmadas por Sam Peckinpah, uno se da cuenta del gran dominio del
estilo y la capacidad de captar el tono de una historia que tenía
este cineasta. El criticado como “Bloody Sam” (Sam el sangriento)
por sus escenas de violencia, lo es tan solo en algunas de sus
películas, quizás las que han pasado a la posterioridad, de
acuerdo, pero no se puede juzgar toda una carrera por un par de
títulos. Todo lo contrario es Cable Hogue, una película agridulce y
nada desdeñable con toques de humor, momentos dramáticos y de
acción. Entre los momentos de humor cabe destacar todas aquellas en
las que aparece el pastor pervertido y las escenas en las que la
acción se muestra a cámara rápida, usando un recurso nada esperado
en un cineasta que precisamente ha pasado a la historia por sus
escenas de violencia a cámara lenta.
La balada quizá sea la película más redonda de Peckinpah. Claro que la
anterior afirmación es discutible, pero sin duda, la cinta trata
varios de los temas que tanto interesan al cineasta. Uno de ellos es
el de la amistad, en este caso traicionada. Otro, el del cambio que
sufrió Estados Unidos, y todo el mundo con la llegada del automóvil,
que mata a Cable Hogue por duplicado: primero, cuando descubre que
los nuevos carros no necesitan agua; el agua, ese bien tan preciado
en el desierto y que constituye la única fortuna de Cable, y en
segundo lugar, literalmente, cuando fallece atropellado por un carro
sin caballos, en concreto el de su amada. Todo un final, el de un
personaje y el de toda una era, la de los aventureros.
Jesús de la Vega
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