En primer lugar, hay una confrontación entre el personaje mexicano, Ángel, y los gringos. Así, cuando, al cruzar el río Grande, Ángel dice en español "México lindo", el personaje interpretado por Warren Oates (actor fectiche y alter ego del director) responde "No veo nada de lindo en él, es igual que el resto de Texas". La lectura sería que, mientras el mexicano siente apego por su tierra, los gringos van a donde les pagan. Pero esta lectura no quedaría ahí, porque, según avanza la película, vemos que Ángel no es un mexicano cualquiera. Conserva su lengua, cultura, creencias y amor a la tierra. Es un indio, lo cual lo opone no solo a los gringos sino también a los mestizos que en teoría son sus compatriotas. Da la sensación de que Peckinpah se identifica con los gringos y con los indios pero no con los mestizos y mucho menos con los antivillistas. Así, en un momento el personaje encanado por William Holden dice en un inesperado discurso político algo así como que el mexicano es un pueblo bravo, que guiado por la gente adecuada podría tener mucho futuro.
Da la sensación de que Peckinpah mira a sus personajes a vista de pájaro, como un dios, o, mejor dicho, como un entomólogo, como esos niños que al principio de la película disfrutan torturando escorpiones. Y esto, dejando al lado cuestiones de fondo, está muy patente en la forma de la película. En este sentido, cabe destacar el último plano, en que una grúa nos muestra en picado el futuro o, mejor dicho, la ausencia de él que espera a estos buscadores de fortuna de uno y otro bando que al final deciden juntarse para seguir buscando aventuras, tal vez las últimas de este oeste al que acaba de llegar al automóvil (de nuevo un momento histórico que aparece en muchas películas del director).
Jesús de la Vega
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