sábado, 17 de diciembre de 2016

"Murder!": El juego de la horca

Murder! (Asesinato, 1930) es sin duda una de las historias más convencionales e innovadoras de las talkie films (cine sonoro) de su época y, a la vez, una que rompe con el suspense habitual al que estamos acostumbrados cuando se trata de una obra de Alfred Hitchcock. Basada en la novela de Clemence Dane y Helen Simpson, y con una buena adaptación por parte de nuestro respectivo director, este guion no se ancla en demostrar el suspense mencionado, sino que se vale de otros recursos como el humor y la atmósfera, para recrear el entorno que nos presentan y del cual formaremos parte.

Sir John Menier (Herbert Marshall) integra un jurado que presencia el caso de un asesinato contra la única que parece ser responsable de ello; la frágil y bella Diana Baring (Norah Baring). Tras haber discutido y votado la mayoría en contra de la acusada, Sir John es convencido de también votarla culpable, a pesar de sus dudas, logrando que con este voto unánime, se le condene a morir en la horca. Es después de ello que Sir John, fiel a sus dudas y sentimientos, decidirá investigar el caso por su cuenta y tratar de hallar al verdadero culpable.

Hitchcock nos introduce en el juicio que se está llevando acabo; con su jurado, jueces, y testigos, mostrándonos los argumentos de cada uno. Al fin y al cabo, es una representación de la forma de pensar del ser humano: comentarios, prejuicios, y suposiciones que a veces parecen estar bien fundados y, otras, que carecen de argumentos en sí. No es de extrañar que nos encontremos ante un caso de ambigüedad moral, como ya ha ocurrido en otros de sus guiones. Pero sí que nos presenta desde el principio el claro debate entre la subjetividad y la objetividad. Curiosamente, nunca vemos la escena del crimen siendo cometido, al contrario de otras de sus películas. Esto da juego a un mundo lleno de sospechosos, incluida la propia Diana, en el que solo nos queda seguir el buen juicio de Sir John para resolver este misterio.


Sir John es interpretado por un maravillosos y joven Herbert Marshall, quien aporta carisma a su personaje a pesar de su linaje social y el esnobismo que lo rodea. Después de todo, Sir John no es solo un noble de título sino también de corazón. Un actor famoso que recurre a otros actores para tratar de resolver el caso que ha tomado como suyo. Esto también es un claro ejemplo de la profundidad de la película, mostrándonos personalidades alternas entre sus identidades y sus roles en el espectáculo.

Aunque la historia parezca tener un ritmo lento y que de la sensación de ser visualmente estática, cuenta con un montaje de transiciones llamativo, unos gags a base de cambios de ropa, así como con unos planos generales dinámicos y bien compuestos. Una vez más, Hitchcock usa títulos para dividir secciones de la historia, o capítulos, si también pudiésemos llamarlos así. También recurre al uso de sombras para dar ambiente a ciertos momentos, como la pobre Diana sentada en la sala de visita de la prisión siempre con un reflejo de ventana sobre ella que refleja en sí los barrotes, o cuando habla de ser condenada a muerte, y vemos la sombra de la horca colocada delante de ella. Otro detalle que no pasa desapercibido es la escena de Sir John frente al espejo narrando sus pensamientos y cargo de consciencia. El uso de la voz en off es un toque llamativo para transmitirnos esto en conjunto con el preludio de la ópera de Wagner Tristán und Isolde. No se oye orquesta en esta película, solo lo que llamamos música diegética (que está ocurriendo dentro de la película) como la chica que toca el piano, o el hecho de que Sir John está escuchando la opera mencionada, ¿o quizás no?. No es de extrañar que la opera que suena de fondo haya sido justamente esa, puesto que la leyenda de Tristán e Isolda trata de un idilio extraordinario entre ambos y que rompe con las normas sociales y sentidos morales, llamando más la atención en sobresaltar los sentimientos de los personajes. Quizás, una referencia a la simpatía que siente Sir John por Diana y la situación en la que se encuentran.

Asesinato es una historia llena de simbolismo, misterio, y profundidad, que nos arrastra a un final chocante en el que el verdadero culpable no es capaz de cargar con la sentencia que le espera ni la culpa misma, decidiendo suicidarse al ahorcarse en pleno espectáculo mientras realiza un acto de trapecio en el circo. Una escena un tanto perturbadora en mi opinión y brillantemente filmada. Es difícil quitártela de la cabeza conforme vas ascendiendo a ese momento de clímax, y de pronto…Hitchcock nos cierra el telón, dejándonos con esa sensación de haber presenciado una obra de teatro en la que todos ejercían un papel clave para mostrar que el arte imita a la vida misma, la cual imita al arte en sí.

Y así, recitando la frase que oímos en la película: “Brindemos por un asesinato”; brindemos por una historia diferente y por un Hitchcock que sigue haciendo de las suyas y deleitándonos con historias que van más allá de lo cotidiano y que dejan una huella en el espectador.

Fernanda Álvarez

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