viernes, 26 de mayo de 2017

"Ninotchka" o la conexión entre la risa y el amor

Una cigarrera entra en un cuarto donde se oyen las risas subidas de tono de Iranoff, Buljanoff y Kopalski. La cámara se queda fuera, tan solo vemos una puerta. Tras ella, se intuye una fiesta. Al poco, la cigarrera sale arreglándose el vestido y el pelo. ¿Qué ha pasado? ¿Se va azorada porque los efusivos bolcheviques que descubren la vida loca de París la han molestado? Corte. Al instante vemos a la misma cigarrera subir las escaleras, esta vez con otras dos compañeras. Esa escena tan sencilla refleja tal vez como ninguna el toque Lubitsch: lo que el espectador infiere no ya sin una sola palabra, sino sin tan siquiera ver nada. Y es que en el cine de Lubitsch, lo que sucede fuera de campo es igual de importante o más que lo que vemos.


Cómo no, estamos hablando de la deliciosa Ninotchka (1939), una de las mejores películas del cineasta de origen alemán y la última de las dos que hizo con su discípulo Billy Wilder como guionista. El film resulta un derroche de sobreentendidos, malentendidos e insinuaciones, en el que el juego amoroso, el social y el político se superponen: la guerra de sexos se da a la vez que la guerra entre el bloque socialista y el capitalista.

La risa de Ninotchka (Greta Garbo) marca un antes y un después (de hecho, el eslogan de la película era: “Garbo ríe”). Hasta entonces, la rusa es una mujer fría y calculadora, capaz de matar a un soldado enemigo mientras le besa. Para ella el amor es tan solo una cuestión de química. Pero eso cambia en el mismo momento en se ríe al ver caer al conde Leon (Melvyn Douglas). A partir de entonces, el amor le hace ver todo de otro modo: lo que antes era un sombrero ridículo se convierte en un bonito accesorio y comete un gran error, hace algo que antes no se le pasaría por la cabeza: ponerse, aunque sea por una noche, las joyas de la gran duquesa. Este hecho desemboca en su acelerada huida sin despedirse. Al final, como siempre en este tipo de películas, el amor prevalece y Leon logra que la otrora bolchevique perfecta deserte y se pase al bando capitalista.

¿Cuál es la moraleja de la película, si la hay? Tal vez podría ser que el amor nos hace ver las cosas de otro modo: todo lo trastoca. Y es que el cine de Lubitsch,como el de Fritz Lang, nos plantea dilemas morales de un modo muy sutil. Dicho de otro modo, nos habla de los límites. Así, hay un momento de cambio para Leon, cuando retira de su escritorio la foto de su hasta entonces protectora, la gran duquesa Swana. En ese momento, un personaje un tanto ambiguo se redime por amor. Algo similar ocurre al final, cuando Ninotchka decide abandonar su amado país por amor.

Jesús de la Vega

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