miércoles, 31 de mayo de 2017

"Ninotchka": Constantinopla se convirtió en Ankara

Oh l'amour, l'amour!… ¿Qué tendrá París que, también en esta segunda película que vemos de Lubitsch, nuevamente el amor es la cuestión capital del film?

Y allí mismo, en París, asistimos al conflicto entre ideologías contrarias de aquellos tiempos. Dos posturas irreconciliables, el austero e idealista mundo comunista se ve sometido a las tentaciones de los fastos consumistas del capitalismo y a los vuelos del amor. La primera delegación socialista sucumbe inmediatamente, pero la segunda, plenamente convencida del ideal socialista, resistirá en su pedestal… ¿indestructible?


Y veremos cómo el director nos cuenta el triunfo del amor por encima de las ideologías; cómo los dos amantes conforman el “nuevo partido del amor”. Y donde esta victoria se impone será en Constantinopla, puente entre Oriente y Occidente. Otras dos realidades tan diferenciadas como los enfrentados en el siglo XX.

Pero en esta ocasión Lubitsch no lució su toque. El protagonista masculino no encarna más que el cortejo de pavo real, al modo de la primera media hora de “Angel”. Y ella, rompe sus firmes convicciones ideológicas sólo a través de una espontánea risa. Y esta capitulación no recurre a la inteligencia del doble sentido ni del fuera de campo. Tampoco están presentes los dardos irónicos contra el capitalismo, como sí que aparecerán posteriormente en la peli “un, dos, tres” 1961 Billy Wilder, coguionista y mejorador de Ninotcka. Por que… ¿qué renuncia hace León para fundar el partido del amor? ¿Hacer un día su cama y mandar al mercado a su mayordomo para que lo cambien por la botella de leche de cabra del crecimiento comunista? ¿Y qué ocurre con la comparación entre los dos mundos posibles? Nos presenta al comunista como un ingenuo idealista, carente de toda satisfacción, lo cual le lleva a sucumbir fácilmente en las tentaciones. Y sin embargo, el mundo capitalista aparece únicamente lleno de glamour, riqueza, oportunidades y hedonismo en el sentido más superficial del término. ¿Dónde quedan las miserias de una de las dos partes del conflicto? En “Angel” asistimos al combate inteligente, irónico y con muuuuucho doble sentido, con sus cualidades y todos sus defectos, entre dos mundos irreconciliables. Aquí, sin embargo, el enfrentamiento es una patochada.

Por ello, estos dos espectadores afirman que Constantinopla más bien fue el frío mundo banal de Ankara. ¿O quizá, fue demasiado inteligente Lubitsch y su toque como para ser capaces de apreciarlo?

Terezalo

domingo, 28 de mayo de 2017

"Ninotchka": ¿Puede el amor acabar con los ideales más férreos?

O cómo una fría agente soviética acaba en los brazos de un dandy de poca fortuna con título de conde. Una magnífica dirección de Lubitsch, una música que acompaña a la cámara. Humor, ironía, sátira y la sonrisa de Greta Garbo... ¿se puede pedir más?

Las primeras escenas, con esa puerta giratoria que introduce a los tres rusos en los lujos refinados de Occidente, es impecable. Los diálogos, geniales y los actores, no sólo los dos protagonistas, están de sobresaliente.


La historia, fundamentalmente montada para hacer una crítica al sistema comunista, seguramente cumplía en ese momento con las expectativas del público de la órbita capitalista. Demasiado simplista en la transformación tan rápida de Ninotchka, apenas unas risas y sus firmes convicciones se desvanecen. Es cierto que el lujo es excesivo: ¿no había pobreza o al menos clase media en los países capitalistas? Que apenas aparece una ligera crítica a las clases altas en el diálogo de Ninotchka con la gran duquesa. Y, cómo no, que al final la ingenua mujer, da igual cabaretera, chica llegada del pueblo o toda una fría agente rusa, es salvada por el caballero bienhechor.

A pesar de todo esto, una deliciosa película que me hizo reír y disfrutar del cine con mayúsculas.

Matilde Lledó

viernes, 26 de mayo de 2017

"Ninotchka", la seda de Lubitsch atrapa la risa de la Garbo

En 1939 Ernst Lubitsch, que venía de encadenar el genial tríptico La viuda alegre, Angel y La octava mujer de Barba Azul, citó a Greta Garbo en su casa. La sueca, por su parte, venía de rodar Ana Karenina, Camille y Maria Walewska, tres éxitos de taquilla que encumbraron a esa máscara bella, hierática, como indiscutible reina de Hollywood.

Garbo llegó puntual a la cita. Traje de chaqueta color gris perla y gafas de sol con montura de carey. El berlinés, embutido en su clásico terno príncipe de Gales color castaño, fue directo al grano: "quiero verte reír". La actriz respondió: "Tengo que prepararlo. Nos vemos mañana a la misma hora".


Al día siguietne, cuandola estrella llegó, se sentó frenteal maestro y le preguntó si estaba listo. A continuación, dijo Lu, la Garbo le mostró tooodos y cada uno de los registros de la risa que existen. En apenas quince minutos le enseñó el vademecum de todas las risas. La artista no sólo sabía reír sino que lo hacía con la mismafacilidad con la que se cierra la puerta de un Rolls Royce.

Y esto es Ninotchka: la seda elegante, maliciosa, sutil y vitalista de Lubitsch envolviendo la risa de la Garbo. Seda y risa como armas de destrucción masiva frente a los recelos de dos potencias antagónicas, la URSS y EE.UU. El guión, corrosivo por gracia de Wilder, arremete contra todo, ya sea un plan quinquenal soviético o el rancio costumbrismo de los mayordomos ingleses.

No falta el toque Lubitsch. Las puertas giratorias de un gran hotel sirven como arranque de la comedia y como presentación de los tres camaradas esperpénticos y muy humanos que acompañarán a Ninotchka en su viaje hacia el amor inesperado.

Coda. Ernst Lubitsch recurre al gag más ancestral, si hablamos de cine, para conseguir que Greta Garbo ría. Sí, lo habéis adivinado: un hombre cae de una silla y la risa que provoca nos traslada a un final de cuento feliz, situado nada menos que en la icónica Constantinopla.

Ninotchka, sin duda una de las cumbres de la comedia.

E.S.

"Ninotchka" o la conexión entre la risa y el amor

Una cigarrera entra en un cuarto donde se oyen las risas subidas de tono de Iranoff, Buljanoff y Kopalski. La cámara se queda fuera, tan solo vemos una puerta. Tras ella, se intuye una fiesta. Al poco, la cigarrera sale arreglándose el vestido y el pelo. ¿Qué ha pasado? ¿Se va azorada porque los efusivos bolcheviques que descubren la vida loca de París la han molestado? Corte. Al instante vemos a la misma cigarrera subir las escaleras, esta vez con otras dos compañeras. Esa escena tan sencilla refleja tal vez como ninguna el toque Lubitsch: lo que el espectador infiere no ya sin una sola palabra, sino sin tan siquiera ver nada. Y es que en el cine de Lubitsch, lo que sucede fuera de campo es igual de importante o más que lo que vemos.


Cómo no, estamos hablando de la deliciosa Ninotchka (1939), una de las mejores películas del cineasta de origen alemán y la última de las dos que hizo con su discípulo Billy Wilder como guionista. El film resulta un derroche de sobreentendidos, malentendidos e insinuaciones, en el que el juego amoroso, el social y el político se superponen: la guerra de sexos se da a la vez que la guerra entre el bloque socialista y el capitalista.

La risa de Ninotchka (Greta Garbo) marca un antes y un después (de hecho, el eslogan de la película era: “Garbo ríe”). Hasta entonces, la rusa es una mujer fría y calculadora, capaz de matar a un soldado enemigo mientras le besa. Para ella el amor es tan solo una cuestión de química. Pero eso cambia en el mismo momento en se ríe al ver caer al conde Leon (Melvyn Douglas). A partir de entonces, el amor le hace ver todo de otro modo: lo que antes era un sombrero ridículo se convierte en un bonito accesorio y comete un gran error, hace algo que antes no se le pasaría por la cabeza: ponerse, aunque sea por una noche, las joyas de la gran duquesa. Este hecho desemboca en su acelerada huida sin despedirse. Al final, como siempre en este tipo de películas, el amor prevalece y Leon logra que la otrora bolchevique perfecta deserte y se pase al bando capitalista.

¿Cuál es la moraleja de la película, si la hay? Tal vez podría ser que el amor nos hace ver las cosas de otro modo: todo lo trastoca. Y es que el cine de Lubitsch,como el de Fritz Lang, nos plantea dilemas morales de un modo muy sutil. Dicho de otro modo, nos habla de los límites. Así, hay un momento de cambio para Leon, cuando retira de su escritorio la foto de su hasta entonces protectora, la gran duquesa Swana. En ese momento, un personaje un tanto ambiguo se redime por amor. Algo similar ocurre al final, cuando Ninotchka decide abandonar su amado país por amor.

Jesús de la Vega

lunes, 22 de mayo de 2017

"Angel": ¡Considérame... que me pierdes!

Ante nosotros, una peli que nos narra un argumento tantas veces repetido. Una pareja consolidada, él con un importante trabajo que le absorbe por entero, y ella, disfrutando de toda clase de comodidades y volcada en atenderle… las pocas veces que está en casa. Y es su ausencia, tanto física como “espiritual” la que da pie para que la esposa haga un viaje a París buscando sentirse viva.

Echa mano de su pasado y se reencuentra con una duquesa huída de la Revolución Rusa, que organiza fiestas, actuando como una celestina de la alta sociedad. Asistimos a su cena con un recién conocido y posterior paseo romántico. Vemos cómo vuelve a sentirse amada y admirada. Todo muy tópico y empalagoso. Pero ella oculta su identidad, queriendo sólo disfrutar del momento. El, también enamorándose, necesita hacerla suya, al menos con la palabra, y la nombra “Angel”. Toda la escena trufada de glamour y lugares comunes, aventuran una peli insustancial. Tan solo es destacable la llegada misteriosa de ella, y más aún su desaparición. Nos quedamos, al igual que el partenaire romántico, atravesados por la incógnita.


Afortunadamente, el director sabe ejecutar como nadie el toque Lubitsch. Y la evolución del conflicto que vive la protagonista nos va a tener en vilo, llevándonos por inesperadas situaciones, tanto a nivel argumental, como especialmente, en la manera en que nos lo va contando. La película dará un giro de estilo y nos introduce en el hogar de la protagonista. Entramos en un inteligente (dobles sentidos) y elegante (nunca en el sentido aristocrático o educacional) juego de situaciones con doble nivel de realidad: la aparente (las normas sociales que rigen el mundo al que pertenecen) y por debajo, va desarrollándose muy sutilmente una vida en la que el conflicto evoluciona libre de ataduras. La peli está llena de mil detalles en la que se dicen las cosas sin nombrarlas. Tanto es así, que cualquiera que asistiera a la conversación, sin conocer el contexto ni tener una mirada afilada, sería incapaz de ver el mundo que bulle bajo las educadas formas. Como ejemplo, baste la frase del marido explicando que está en París para satisfacer su curiosidad por saber si Angel, la amante de su amigo, es morena. Nosotros, como espectadores, al igual que la protagonista, sabemos que su objetivo es descubrir si Angel es su esposa.


Y es en París, en la misma casa donde arrancó insulsamente la peli, donde, mediante sucesivos giros sorprendentes de la relación, va a resolverse, fina y sutilmente, el conflicto de la pareja. Y muchos acusarán a la peli de no ser más que una defensa del modelo socialmente establecido. Estos, en su pretendida modernidad, no habrán disfrutado del toque Lubitsch, ni habrán aprendido a ver más allá de la mera apariencia. La resolución del conflicto ha incluido una consideración… Y por ello no se ha producido la pérdida.

Terezalo

viernes, 12 de mayo de 2017

"Angel". ¿Final feliz?

Existe la teoría edípica de Casablanca (1942). En ella Rick (Humphrey Bogart) es el niño enamorado de la madre, Ilsa (Ingrid Bergman), y que pretende sustituir al padre legítimo, Victor Laszlo (Paul Henreid). Sin embargo, en el mítico final, triunfa la sensatez y la pareja formalizada ante el juzgado es la que prevalece. La mujer sabe cuál es su puesto junto al héroe, y Humphrey Borgart tiene que asumirlo y crecer. Acostumbrarse a perder. El deseo no triunfa.

Otra de las películas que encaja con este modelo es Los puentes de Madison (1995). Cómo olvidarnos de Clint Eastwood bajo la lluvia. La imagen de la desolación. Y de nuevo es la esposa-madre obligada la que tiene que poner orden y cada cosa en su sitio. También ella. Porque qué gran escándalo social supondría romper con las reglas establecidas.

Imagen relacionada

Y así se comporta en esta película, Angel (1937, Ernst Lubitsch), finalmente la grandiosa Marlene Dietrich. Después de toda una película dejándose querer por la cámara, ocultándose de ella, conquistando con su mirada... (méritos que en gran parte son del director). Después de ser objeto de deseo y a la vez amante esposa, también hace su elección.

Pero el valor de esta obra no reside en lo que cuenta, sino en cómo lo cuenta. El esfuerzo que exige del espectador que se pregunta frecuentemente ¿pero qué está pasando? Escenas geniales son las de los sirvientes en todas las situaciones. Los equívocos, los secretos y los planos fuera de campo son constantes y van construyendo la historia. Es una película que merece ser revisada muchas veces para entender la manera en la que Lubitsch construye esta trama que acaba con un final agridulce.

M.C.R.

"Angel": El juego de las omisiones

Ya es un lugar común que el cine mayoritario proveniente de Estados Unidos trata al espectador como tonto. Y muchas veces es cierto, pero hubo un tiempo en el que el cine comercial de este país en vez de ser condescendiente con el público, jugaba con él, con lo que sabía y lo que desconocía, con sus expectativas y su psicología. Este es el caso del cine de Ernst Lubitsch y, muy en especial, de Angel (1937), una de sus obras mayores y, sin duda, una película con el toque 100% Lubitsch. Aunque mejor habría que decir 100% Samson Raphaelson, en honor al guionista de muchos de los mejores films de la etapa estadounidense del director berlinés.

Comienza la trama. Un travelling en el lugar de los ojos de un anónimo cotilla nos muestra desde el otro lado de las ventanas cómo funciona todo en el palacete de la gran duquesa Dmitrievna. Un encuentro casual va a marcar, tal vez de por vida, a dos de los personajes de esta película triangular. A partir de ahí, una trama elegante y deliciosa no nos deja parar de pensar, de indagar, de fantasear, de hacer suposiciones, nos da pistas de por dónde van a ir los tiros, pero los momentos clave no se nos muestran.


La innombrada Angel (Marlene Dietrich) desaparece, se esfuma, pero no lo muestra la cámara, tampoco vemos a su amante, Tony (Melvyn Douglas), buscando a la fugitiva. En realidad no vemos nada. Solo se les oye, mientras vemos la mirada de la vieja vendedora de flores que sigue con la vista lo que está pasando fuera de campo.

Tampoco se nos muestra qué cara pone Tony cuando descubre en la foto sobre el piano de los señores Barker que su amante es en realidad la esposa de su gran amigo Lord Barker (Herbert Marshall). Este plano se nos omite.

A continuación también los cineastas usan una elipsis en otro de los momentos claves de la trama: la comida en la que por primera vez se junta el trío en discordia. Solo vemos la cara que pone el servicio y las deducciones (desacertadas, por supuesto) que estos hacen de lo que acontece a través del estado en que quedan sus platos.

Por último, tal vez el momento más genial de la película, el desenlace, en el que se juega toda una partida de ajedrez entre los tres personajes centrales. La mujer descuidada por su rico y ocupado marido debe decidirse entre sus dos galanes. Se nos plantea la disyuntiva sobre qué hacer: optar por una vida tranquila junto a su aburrido esposo o convertir en algo serio lo que nació como una apasionante aventura (y que, probablemente, por definición, se convierta también en un matrimonio aburrido como el que ahora vive). El marido acepta el juego de fingir que Angel existe y que no es ella (aunque lo sabe perfectamente) y se compromete a que, si ella decide quedarse con él, la cuidará un poco más. Claro está, en esta película del periodo del timorato código de censura Hays, la heroína se decanta por la opción decente. Nunca sabremos qué habría pasado si hubiera hecho el mismo film tan solo una década antes Lubitsch, el mago de la puesta en escena y de las omisiones.

Jesús de la Vega