miércoles, 27 de septiembre de 2017

"Ride the High Country": El camino del hombre

La dramaturgia de Ride the High Country (Sam Peckinpah, 1962) gira en torno a los tres personajes masculinos. H. Longtree (R. Starr) es un niño que en este viaje iniciático va a aprender en qué consiste la vida de un hombre adulto. G. Westrum (R. Scott) es el hombre ya adulto que se ha dejado tentar y se ha adentrado en el mal camino y lo ha hecho con todo el equipo: decide dar el golpe al dinero del banco y, lo que es mucho peor, traicionar a su amigo de cuando estaba del lado de la ley: S. Judd (J. McCrea). Lo primero se podría perdonar, lo segundo no y por eso este personaje ha de redimirse al final. En realidad, los dos viejos han de morir como metáfora del viejo Oeste en ocaso, en un mensaje similar al que más adelante mostrará en The Ballad of Cable Hogue (1970).

Judd es en cierto modo la figura paterna de Westrum y el abuelo de Longtree. Es el hombre que se ha negado a hacerse rico con malas artes en la tierra de las oportunidades y tiene que seguir trabajando porque nunca se ha dejado tentar por el lado oscuro. Siempre ha sabido lo que tenía que hacer y lo ha hecho, aunque a veces hubiera sido más fácil hacer lo contrario. Si es que existe una moraleja en esta película, esa es la que saca Longree como espectador de excepción de la acción entre los mayores, que el hombre puede dar un tropezón pero debe volver a su sendero: Westrum ha sido tentado pero al final vuelve al camino recto, es más, termina la obra que había empezado Judd. Ese es el mejor tributo que le podía haber dedicado. 


Peckinpah muetra en esta obra de juventud, una de las primeras que hizo para el cine tras su paso por la televisión, un gran dominio de las técnicas cinematográficas, como si se tratara de un cineasta experimentado. En este sentido, destaca la gran fotografía de Lucien Ballard con unas preciosas panorámicas de paisajes tomadas en el parque nacional Inyo, en California.

Jesús de la Vega

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