lunes, 26 de junio de 2017

“A Royal Scandal”: ¿Está el amor por encima de las cuestiones de Estado?

¿Puede La persona más poderosa del mundo (hoy diríamos Donald Trump, antaño pudo ser la zarina Catalina la Grande) tener sentimientos? ¿Puede enamorarse? ¿Puede sentirse sola aunque siempre esté rodeada de guardas, escoltas, embajadores, ministros y cancilleres? Este dilema plantea A Royal Scandal (La zarina, 1945).

Esta película -con guion de Edwin Justus Mayer y basado en una obra de teatro de los húngaros Lajos Biró y Melchior Lengley que Ernst Lubitsch ya había llevado al cine mudo en 1924 con Pola Negri y Adolphe Menjou en los papeles principales- la produjo el propio Lubitsch, quien también la iba a dirigir. Al ponerse este enfermo, se convirtió de la primera de las dos películas que le terminó su discípulo Otto Preminger -la otra fue That Lady in Ermine (La dama de Armiño, 1948), que Lubitsch no pudo acabar por fallecimiento-. Pero, pese a no ser terminada por Lubitsch, la película cuenta con su toque. En todo caso, Preminger le dio un sentido de humor menos delicado, de trazos más gruesos. La película se basa en personajes tal vez algo estereotipados, pero que en el fondo no lo son tanto: hacen lo que quieren y se lanzan a la piscina. En todo caso, lo cierto es que en toda el metraje uno no para de reír, salvo cuando el personaje encargado por Anne Baxter le hace ver al protagonista su excesiva inocencia.


Especial mención merecen las actuaciones de una excelente Tallulah Bankhead, perfecta en el papel de la zarina, y su contrapeso humorístico ideal, Charles Coburn (el canciller). El soldado que asciende en el escalafón gracias a sentarle muy bien el uniforme blanco (William Eythe) al principio de la película no parece muy buen actor, pero según esta avanza, te das cuenta de que el personaje exige una actuación cándida, no fácil de lograr. También cabe destacar al siempre excelente actor fetiche de Lubitsch Sig Ruman, y a Vincent Price en uno de sus primeros papeles, el de embajador francés. Borda sus diálogos tanto con el canciller como con la zarina.

En resumen, una excelente película que retrata con gran humor las conspiraciones de palacio y que, en el fondo, tiene por moralina que por muy poderosa que sea una persona, el amor siempre la hace débil.

Jesús de la Vega

viernes, 23 de junio de 2017

"A Royal Scandal": Un híbrido, la madre Rusia y la polla de un caballo

A Royal Scandal (La zarina, 1945) la comezó a rodar Ernst Lubitsch, sufrió un infarto y la terminó Otto Preminger. Ninguno de los dos reclamó su autoría y cuando les interrogaban sobre el filme, miraban para otro lado, acaso silbando "Singing in the Rain", al tiempo que mostraban el dedo medio levantado y una sonrisa bobalicona.

No estamos ante una obra plena sino ante un híbrido, en el sentido de un producto formado por elementos de distinta naturaleza. La tragicomedia de Lubitsch es la parte externa, divertida, con ritmo, diálogos vertiginosos. centrada en conspiraciones palaciegas en la Rusia de Catalina II, con un gran Charles Coburn, el canciller, al timón de las maniobras políticas y faro e imán de todas las conjuras.

De otro lado, el academicismo de Preminger, que venía de rodar Laura, una de esas películas por las que se ama el cine -sí, y también Angel Face-, ocupando la parte interna, la soledad de una reina, sus dudas y miedos, el deseo, muy irregular, con una natrativa embarullada, demasiadas moscas revoloteando en torno al ojo de la cámara, produciendo una especie de ruido visual que impide seguir con nitidez las 24 imágenes por segundo.


En ambas partes, externa e interna, la madre Rusia, a la que da voz y gobierno la zarina, protagoniza la cinta. Tallulah Bankhead encarna sin problemas a la alemana Catalina II, que siendo princesa casó con el zar Pedro III, al que consideraba insulso (lo era) y al que no tardó en echar del trono para ocuparlo ella misma durante 34 años, justo hasta que su hijo Pablo decidió quitarla de en medio al más puro estilo de los Borgia.

Culta, inteligente, capaz, pertinaz lectora, se carteaba asiduamente con Voltaire, Diderot o Montesquieu, los padres de la Ilustración, que quiso extender a Rusia. También intentó suavizar las condiciones de vida del campesinado. No consiguió ni lo uno ni lo otro o no la dejaron. Pero sí anexionó Crimea, asunto en el que su más reciente sucesor, Putin, la emuló hace nada, en 2015.

Bankhead, de formación y largo recorrido teatral, compone el personaje desde la gesticulación de sus dedos y manos y mediante unos ojos chispeantes, ágiles y cómicos. Anne Baxter muestar por qué años después filmaría All about Eve, de Joe Mankiewitz, con Bette Davis, sin duda la actriz que mejor ha interpretado con manos y ojos -Bette Davis Eyes-, que también daría vida a Catalina en Orgullo y prejuicio (Stanley Kramer). Vincent Price: excelentes y plenos de gracia sus diálogos con Coburn, anticipa sus años de la factoría Corman.


Catalina II coleccionó una gran cantidad de amantes, hecho que jamás ocultó. Aunque la lista es larga, de Saltikov se contaba que era el padre de Pablo y de Potiomkim, al que luego Eisenstein inmortalizó en forma de acorazado, que fue su gran amor. Sea como sea, la zarina disfrutaba del sexo... a lo grande. Incluso mandó construir habitaciones pornográficas donde daba rienda suelta a sus bajas pasiones... a lo grande.

Cuenta la leyenda que Catalina falleció tras intentar mantener relaciones sexuales con un caballo, algo sin duda... grande. Pero no es cierto. Murió de una apoplejía, puede que provocada por veneno, pagado por su hijo. Pues bien, si establecemos una analogía, el tipo que destroza el largometraje tiene nombre y apellidos: William Eythe, patán más que actor, cara de cartón aburrido, sin pizca de gracia, que hace naufragar todas y cada una de las escenas en las que por desgracia aparece, incapaz de articular una mueca o de mover un brazo con soltura, impedido hasta para dar los buenos días, peor que las siete plagas de Egipto para la gran pantalla. Y el tal Eythe acaba siendo eso: la polla del caballo que jode a La zarina.

E.S.

jueves, 22 de junio de 2017

"To Be Or Not To Be": La magia de un gran libreto

Esta crítica no la iba a hacer. No estaba inspirado. Además, escribí una sobre la misma película hace exactamente tres años. En esa ocasión la tuve que hacer a la fuerza por ser trabajo obligatorio en un curso de crítica en el que participé. Y, aunque tuve la suerte de que me mandaron hacer la crítica de una de mis películas favoritas, todos aquellos que recordamos nuestra época en la educación obligatoria sabemos la rabia que da que te obliguen a hacer algo. No sé si fue Marx quien dijo que solo el trabajo que se hace voluntariamente ennoblece al ser humano.

La cuestión es que antes de rendirme por completo, me puse a mirar en bases de datos información sobre To Be Or Not To Be (Ser o no ser, E. Lubitsch, 1942) y caí en la cuenta de que el autor de la obra de teatro en la que está basada, el húngaro Melchior Lengyel, es también el autor de los libros en los que se inspiran nada menos que Angel, Ninotchka (las dos películas que, por su calidad, habíamos elegido para iniciar este ciclo) y A Royal Scandal (la siguiente). Hay algo más que una mera coincidencia en este hecho. Y es que los guiones de las cuatro películas son deliciosos, lo que quiere decir que las obras en las que están basadas tal vez también lo sean. Habría que buscarlas.


Pero ya va siendo hora de que hablemos un poco de la película y es que en este caso uno no sabe por dónde empezar a cantar sus virtudes, porque desde el minuto 0 es un torrente de risas, equívocos, juego con las expectativas del espectador. En este sentido quisiera destacar tan solo la parte en la que Joseph Tura (Jack Benny) se hace pasar por el coronel Ehrhardt y los giros que da el argumento, pues su pobre actuación hace que el profesor Siletski lo descubra. Y luego se cambian los papeles y tiene que conocer al auténtico "Campo de Concentración" Ehrhardt, esta vez en el pellejo de Siletski. La verdad es que los actores poseen una vis cómica innegable y Lubitsch les saca todo el jugo. Son, al contrario de la ficción, grandes actores, pues lo más difícil que puede haber para un actor es encarnar convincentemente una actuación dentro de otra. Por otro lado, el realizador se ríe del enorme ego que suelen tener los actores y que en el caso del protagonista le lleva hasta a delatarse al hablar del "gran, gran actor polaco Joseph Tura".

De nuevo, como en otras películas del ciclo, el director nos plantea detrás de la trama y las risotadas, en un segundo plano, como quien no quiere la cosa, dilemas morales. ¿Hasta dónde está bien que una artista famosa y, digamos, ligerilla de cascos, como Maria Tura (Carole Lombard), tontee con aliados y enemigos por igual?

No quiero repetir aquí lo que puse en la otra crítica, así que solo me queda recomendar a todo aquel que no haya visto la película, que lo haga.

Jesús de la Vega

viernes, 9 de junio de 2017

"To Be Or Not To Be": Cuando el drama se hace realidad, solo nos queda la comedia

Hitler paseando por las calles de Varsovia antes de su invasión, una voz en off que nos retransmite con pasión este hecho ¿Qué está pasando? ¿Cómo puede estar sucediendo? Éste es el principio de una de las mejores películas de Lubitsch y de la historia del cine. La respuesta es que una compañía de teatro polaco está representando una obra sobre el régimen nazi en la ciudad, y el actor que interpreta a Hitler ha salido a la calle como un desafío.

Ésta es una de las principales líneas de la película. Un grupo de actores  que se ven obligados a sacar el teatro a la calle, a la vida real en la que será la más arriesgada de sus representaciones.

Qué diferencia el escenario de la vida misma, si todos estamos representando un papel. El actor presuntuoso, la diva eclipsada por su marido, el héroe de guerra…  pero detrás de cada papel acabas queriendo a unos tiernos personajes interpretados magistralmente. Y entre todos ellos, destaca el actor secundario que por fin puede recitar su texto preferido: “Si nos pinchan, ¿acaso no sangramos?” declama en su mejor actuación delante del ejército de las SS.

El juego que dan estos cómicos con sus uniformes nazis en una trama de espías no es desperdiciado en absoluto por el director, que a cada momento nos sorprende con sus giros de guión. Éste (el guión) parece una maraña de lana que, sin embargo, al tirar sale limpiamente esquivando todos los enredos. Enredos que hacen disfrutar al espectador con un fino humor y que se mezclan con otras dosis de cine de de espías y aventuras. En esta mezcla de géneros es donde un gran director triunfa, especialmente por el tono de comedia que consigue que todos los dramas finalicen con una sonrisa.

¿Realidad o ficción? ¿No parece la II Guerra Mundial una gran y espantosa representación de lo peor del género humano? ¿No es la comedia la mejor manera de hacer una crítica feroz contra lo que supuso el nazismo? El teatro (y el cine) son una manera de conectarnos con lo que hay detrás de las máscaras. Son una potente herramienta para denunciar lo que fuera de las tablas y sin disfraz no siempre es posible. Cine y teatro de la mano en una película que te hace emocionarte, reírte y mantenerte en vilo, para acabar dándole vueltas a los diferentes mensajes que transmite esta gran obra maestra del cine.

M.C.R.