domingo, 27 de noviembre de 2016

"Blackmail": Hitchcock a todo volumen

¿Cine mudo o cine sonoro? Esa es la cuestión.

Así nos prepara la entrada Alfred Hitchcock al iniciar con una secuencia totalmente muda en la que unos detectives van a casa de un criminal para arrestarle.

La siguiente escena ya se desarrolla en un mundo sonoro totalmente nuevo para su autor, ya que se trata de la primera película que realiza en su tierra natal valiéndose del uso del sonido.

La historia abre con unos detectives manteniendo una charla mundana a base de bromas y cosas del oficio. Luego reconoceremos a uno de ellos, Frank, quien tiene una cita con su querida Alice, nuestra protagonista. Lo que él no sabe es que Alice también se ha citado con otro hombre, un excéntrico artista que le invita a su estudio para pasar el rato.

Ignorando que Frank le ha seguido, Alice atiende a dicha invitación y es ahí donde todo se va de las manos. El artista no tenía buenas intenciones con Alice, así que en un intento por tratar de violarla, a ella no le queda más remedio que usar un cuchillo en defensa propia y terminar por matarlo a plena noche.


Todos estamos familiarizados con las palabras "cuchillo", "crimen", "culpable", sobre todo en el universo hitchcockiano. Lo que hace interesante esta historia en sí, no es el crimen en cuestión y su desarrollo, sino la psicología que lo envuelve.

Nos encontramos ante una historia que juega con la ambigüedad moral, ya no solo de los personajes, sino del espectador mismo.

La trama tiene una estructura sencilla, con sus tres actos clásicos bien definidos y manteniendo el suspense al seguir a la pobre Alice, quien trata de ocultar el crimen que ha cometido. Para su desgracia, o quizás fortuna, Frank encuentra su guante en la escena del crimen y en lugar de culparla, decide ayudarla. Lo que ninguno contemplaba es que otro de los detectives también tiene conocimiento de ello.

Las interpretaciones radian tensión y sentimientos subjetivos, así como todavía muestran secuelas de la interpretación del cine mudo, sobre todo en los primeros planos.

Hitchcock se vale de maneras creativas para mostrarnos el miedo y culpabilidad que siente Alice en todo momento.

En cuanto al desarrollo de la acción, es notable que se vale de planos simétricos, así como en sus movimientos de cámara (paneos verticales y horizontales), escenas con plano sostenido, el uso del zoom y de planos inserto así como de los subjetivos, para dar más feeling a la situación.

Igual que todo funciona en armonía, también hay detalles que no pasan desapercibidos; momentos en que pareciera que hay problemas con el sonido, cambios de luz constante de un plano a otro, y un uso de jump cuts que en realidad no aportan mucho. Fuera de esto, nos compensa con un maravilloso uso de transiciones, montaje interno, e incluso la idea aplicada del “parecido formal”. Lo importante es que a pesar de algún que otro fallo técnico, la historia es tan fuerte y cautivadora que no te saca en ningún momento de ella.

La historia nos lleva al punto en que la verdadera cuestión es el preguntarnos si Alice es realmente culpable o no. Para su sorpresa, no se le declara como tal, pero, ¿acaso lo tolerará su consciencia?

Hitchcock nos deja anclados en un mundo donde quizás pueda existir la libertad física, pero no hay peor cárcel que la prisión mental.

La película es un claro ejemplo de su época con la transición del cine mudo al cine sonoro, mostrando a un maravilloso Donald Calthrop en el papel del chantajista, un Hitchcock que sigue siendo fiel a sí mismo y a su estilo, y nosotros; la audiencia, formando parte de historias en las que, quizás, siempre habrá un bufón que no deja de reírse de nosotros.

Fernanda Álvarez

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