viernes, 18 de septiembre de 2015

Crítica de "Rosemary's Baby": Nos controlan

El ya canónico ensayo de David Skal Monster Show muestra cómo los mitos del cine de terror provienen de los grandes miedos del ser humano del siglo XX (mutilaciones debidas a las guerras mundiales, la bomba atómica...). Según el libro, gran parte del cine de terror de los 60 y 70 nace del miedo de los acomodados habitantes del Primer Mundo ante el compromiso de traer un crío a este atribulado planeta. Sin duda, La semilla del diablo (como se dio en denominar la película en España en un ejercicio de título-spoiler sin parangón) se enmarcaría en esa corriente, que se hace todavía más estremecedora si se tiene en cuenta el modo en el que murieron, en la realidad, la esposa del director y su hijo nonato pocos años después de esta película.



En esta cinta aparece con más presencia un tema que ya era apuntado en Repulsion: la sutil línea que separa la paranoia de la manipulación que uno sufre por parte de los otros. O, dicho de otra manera, la lucha entre el individuo, que quiere actuar autónomamente, y su entorno, que le obliga a hacer lo que la sociedad ha establecido previamente. Esta idea, plenamente desarrollada en la literatura de Franz Kafka, también será el tema principal de una de las mejores cintas del director polaco: El quimérico inquilino. En este sentido, el personaje encarnado por Mia Farrow se enfrenta a un enmascarado control por parte de su marido, médico y vecinos, que en realidad dominan su vida, pero el espectador posiblemente no será consciente de ello hasta el final de la cinta. En resumidas cuentas, Polanski está diciendo que el control del individuo por parte de la sociedad es a veces muy sutil y está disfrazado.

Reseña aparte merece el personaje de Guy Woodehouse, interpretado magníficamente por John Cassavetes, el padre putativo del nuevo Satanás, el San José diabólico, un pelele que permite que otro engendre un hijo con su mujer a cambio que su de momento floja carrera actoral despegue. Cassavetes está genial en este papel, se muestra como un pobre hombre que en todo momento hace lo que sus vecinos esperan de él e incluso cuando Rosemary descubre la verdadera identidad de Roman reconoce que sí es el hijo de un brujo pero le dice que se cambió de nombre para no ser asociado con su padre.

¿Pero qué nos marca realmente de la película? La secuencia final en la que el personaje de Mia Farrow acuna al niño. Esto nos habla del amor incondicional de una madre por su criatura: un hijo podrá ser lo peor pero su madre siempre estará ahí y esto es lo que realmente nos pone los pelos de punta.


Jesús de la Vega

No hay comentarios:

Publicar un comentario