Entre mediados de los 60 y mediados de
los 80, a Roman Polanski, aparte de proyectos más personales
(algunos de ellos disparatados), le dio por releer los grandes
géneros cinematográficos desde su personal punto de vista, en un
ejercicio que le dio grandes éxitos y también algún fracaso, como
fue el caso de Pirates (Piratas, 1986). ¿Y cuál es su
punto de vista? A esta difícil pregunta, responderíamos que el del
hombre postmoderno por excelencia e incluso, diríamos, el del
neurótico.
En este proceso de relectura se enmarca
Chinatown, una película de la que, por cierto, hay que decir
que existe una segunda parte, The Two Jakes, dirigida por el
propio Jack Nicholson en 1990. Chinatown es un pastiche del
ciclo negro con guion de Robert Towne, escritor que se había formado
en la factoría Corman y que ganó un Oscar por esta película, pese
a (o gracias a) que Polanski le cambió el final. Curiosamente, en
esta historia de poder, corrupción y lujuria apenas aparece el
barrio chino al que se refiere el título, que es más que una
localización o un personaje es un estado mental que sobrevuela todo
el film.
A pesar de trabajar sobre un guion
ajeno, el director polaco se las arregla para introducir en la
película varias de sus obsesiones (el poder y la pareja, ¿no son
acaso las dos caras de la misma moneda?), lo cual lo revela como uno
de los grandes, un autor con mayúsculas. En este sentido, al ver
ahora en este taller de crítica varias de sus películas en orden
cronológico, le pone a uno los pelos de punta comprobar que el final
de esta cinta es prácticamente el mismo que el de “Repulsión”:
el ogro incestuoso se queda con la niña inocente e indefensa (¿o no
tanto?). Y si dijimos que en la película británica, el novio de la
hermana de la protagonista era un trasunto del propio Polanski, aquí
vemos que el personaje con el que el director se identifica no el detective que encarna Jack Nicholson, sino, de nuevo, el “malo de la película”, el personaje encarnado por John Huston
(por cierto, que esta decisión de casting es ya, en sí, toda una
declaración de intenciones que revela la decisión ya mencionada de
homenajear al género negro).
Así que no nos queda más remedio que, como hicimos en el caso de Repulsión,
hacer un paralelismo entre el film y la propia vida del director, que se ha hecho
más famoso por motivos extracinematográficos que por su cine y, muy
en concreto, por su polémica faceta de perversor de menores, que le
ha llevado a estar entre rejas en varias ocasiones. De nuevo se nos
plantea la misma pregunta: ¿de
qué lado está Polanski? Y, otra vez, la respuesta es la misma: en un principio parece que el autor está
del lado de las mujeres, pero en un análisis más profundo y
psicoanalítico, da la sensación de que en realidad es al contrario,
pues la mujer no es tan inocente y el hombre en realidad se limita a
ser el depredador en que su biología lo ha convertido. Por supuesto,
que esta lectura psicoanalítica y de género no niega la perfección
de la obra cinematográfica, tanto en términos de diálogo, de
ritmo, de puesta en escena... que, sin duda, hacen de esta una de las
cúlmenes de la obra del cineasta polaco.
Jesús de la Vega
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