Esta es la segunda vez que veo Eraserhead (1977). Recuerdo que la primera vez que la vi, con unos
veinte años, me gustó pero me pareció poco narrativa y algo
aburrida. Esto demuestra que en este mundo todo es relativo, porque
hoy, más acostumbrado a ver todo tipo de cine, se me antoja de una
narratividad cercana al clasicismo, a la vez que apasionante. Por otro lado, como me suele pasar a menudo con
diversas películas, si en un primer visionado me subyugó la
imaginería de Lynch, en esta ocasión lo verdaderamente potente me
resultó su tratamiento del sonido, que tiene algo de hiperrealista,
de tan hiperrealista que más bien se podría calificar de onírico,
además con una profundidad, una complejidad y una cantidad de capas
y niveles brutal. Ahora entiendo por qué su cine es tan apreciado
por una larga serie de músicos rockeros de la última hornada.
En lo que sí me había fijado la
primera vez es en las múltiples interpretaciones psicoanalíticas
que tiene la película, que, en mi opinión, es una de las mejores de
este director. Así, tras una breve obertura, la primera escena que
vemos es el rostro del protagonista en horizontal y el bebé-monstruo
saliendo de su boca, en una más que clara referencia
bíblico-lacaniana a la procreación por medio del verbo.
No tengo mucho que añadir a la tan
comentada interpretación de la película como reflejo del miedo a traer criaturas a un mundo
tan deshumanizado como es el actual (como bien dice David Skal sobre el cine de los 60 y 70, que pondría en relación a esta película con otra que hemos visto en este taller, Rosemary's Baby), pero sí habría mucho que hablar
acerca de lo disfuncional que es para Lynch la familia, así como las
connotaciones sexuales-psicoanalíticas de las relaciones familiares
y la relación entre el impulso erótico y el tanático, en lo que yo
interpreto como un alegato a que todos somos frutos de un acto
similar a la epilepsia, feo y antiestético, muy distinto de la
estilización del cine erótico.
A menudo se ha destacado la difusa
barrera en el cine de Lynch entre lo realista y lo onírico, pero en
esta película la barrera es muy clara y resulta obligado detenernos
un momento en este aspecto: hay tres momentos en la película en los
que el protagonista entra, a través del radiador, en un sueño sobre una cantante (de nuevo
una referencia a los acádicos años 50), pero del tercero nunca
llega a despertar, y aproximadamente la última media hora de la
cinta la compone ese sueño, en el que un niño coge la cabeza
cortada del protagonista (referencia a Un chien andalou?) y luego
fabrican gomas de borrar con su cerebro. No hay vuelta a la vigilia tras
este último sueño. Además, Lynch no utiliza nunca una óptica
distinta, blanco y negro en vez de color o ningún otro recurso para
diferenciar formalmente lo que es sueño de lo que es vigilia.
¿Habría leído Lynch a Calderón?
Jesús de la Vega
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