Agarrando pueblo es una película
problemática, hasta el punto de que ha sido la única vez en la trayectoria de este humilde cronista en la que se ha visto impelido a dejar de ver una película por hacerle sentir
mal, realmente mal, físicamente mal. En concreto, en la primera parte de la película:
cuando los actores que fingen ser cineastas y trabajan para Alemania buscan retratar “¡más miseria!” por
las calles de ciudades colombianas. Este crítico no soportaba ver con qué
desprecio y frialdad trataban a sus modelos.
Hay que reseñar que este cortometraje, de poco menos de media hora, da un giro hacia la mitad, pues a partir de un momento los supuestos cineastas ya no buscan modelos reales sino que deciden contratar unos actores, colocarlos en una localización y hacerles recitar un texto previamente escrito, para conseguir un clímax cinematográfico que les permita llegar a las conclusiones que de antemano tienen preparadas. A partir de aquí, los verdaderos realizadores de la película hacen una pequeña trampa, porque al final vemos que en realidad están en realidad conchabados con uno de los actores (¿en
realidad solo con este?). Es patente que en toda la primera parte de
la película están haciendo aquello que denuncian: ser vampiros de
la pobreza (como la versión inglesa del título indica), agarrar pueblo, reírse de sus modelos y retratarlos
antiempáticamente.
La segunda vez que este cronista ve la cinta no solo no se ha ido de la sala, sino que se ha reído muchísimo, por cosas que
dicen los supuestos cineastas, como cuando el director le pide al
cámara que grabe “lo que Lewis llama la cultura de la miseria”.
Es interesante que en la película
vemos cómo probablemente se deben rodar los supuestos reportajes de
denuncia: cómo pagan a sus modelos, les dicen lo que tienen que
decir y les cambian las ropas.
Otra faceta a destacar del film es cómo
utilizan los formatos: hay dos realidades fílmicas, la de la
película en 16 milímetros en blanco y negro, filmada con trípode,
que es la supuesta realidad objetiva, mientras que lo filmado también
en 16 milímetros pero en color y cámara en mano es la realidad
captada por los supuestos cineastas o, mejor dicho, la ficción
dentro de la ficción. Para enrevesar más las cosas, mientras vemos
el rodaje de lo que va a ser el colofón del supuesto documental (por supuesto, en blanco y negro), vemos imágenes ya montadas. ¿De dónde
sale eso? ¿En cuál de las dos realidades fílmicas estamos? ¿O acaso estamos en una tercera?
En cualquier caso, es interesante que
una película por una vez se plantee la óptica con la que el primer
mundo (recordemos que los documentalistas pretenden vender su
material en Alemania) ve América Latina y todo el tercer mundo. Es
decir, que pagan por que les den lo que ellos pretenden ver y la
denuncia realmente no es tal, ya que los espectadores desean
encontrarse con esa jerga técnico-económico-caritativa tan
apreciada hoy en día en los medios de comunicación, esa jerga que cura
conciencias. Tantas veces hemos visto esto en la televisión y no
nos enoja que lo hagan, pero sí ver Agarrando pueblo, una ficción de lo que
probablemente estén haciendo todos los días en los medios corporativos, convencionales.
Agarrando pueblo muestra la forma de pensar de dos cineastas, Luis Ospina y Carlos Mayolo, que se negaron en su día a la gramática cinematográfica impuesta desde los medios oficiales y luego repetida prácticamente por todo el mundo.
Agarrando pueblo muestra la forma de pensar de dos cineastas, Luis Ospina y Carlos Mayolo, que se negaron en su día a la gramática cinematográfica impuesta desde los medios oficiales y luego repetida prácticamente por todo el mundo.
Jesús de la Vega
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