Con estas expectativas visioné la peli, y me encontré con
una muy bien narrada peli de acción, de argumento muy sencillo: asalto al
banco, asalto al tren y asalto al poblado fortificado. Todo ello con el único
objetivo de conseguir una renta suficiente para, retirarse unos de la agitada
vida de bandidos o correrse unas grandes juergas y volver de nuevo a empezar.
Yo eché en falta la profundidad de los personajes. En Duelo
en la alta sierra presentan una evolución, mientras que aquí son monolíticos.
Tan solo Robert Ryan, el colega traicionado, que les persigue
inmisericordemente, con una contradictoria sensación de admiración y odio,
tiene una complejidad en su personaje. No llegamos a saber si su motivo para la
caza es tan solo de orden práctico, que le sea perdonado la pena de cárcel; o más
bien es de índole personal, Pike Bishop le falló en una aventura amorosa y por
ello fue detenido. Y qué decir de cómo queda sin sentido su vida, una vez que
han muerto sus excolegas: se sienta ante el lugar de la masacre y asiste,
pasivamente, a la acción de los buitres. Tanto los animales comiendo la
abundante carne disponible, como los humanos despojando a los cadáveres de todo
lo material que pueda tener algún valor. Y estos últimos… ¡han sido sus
compañeros de viaje! Con ellos ha conseguido extinguir la vida de su vieja
banda. Sus queridos e iguales compañeros. Sí, los que han transitado fuera de
la ley, pero bajo unos valores de compañerismo y de supeditación al interés del
grupo. Y en frente, y él con ellos, los agentes de la ley: bien los inútiles militares,
bien los malhechores contratados por la Justicia, que únicamente saben de la
rapiña. ¿Con quién podemos identificarnos los espectadores?
Yo eché en falta el realismo de la violencia, tal y como se
siente en Perros de paja. Sí reconozco su esteticismo, pero me faltó su
dolor. Quizá los bandidos tengan muy claro su pacto con la muerte. Pero esa
ingente cantidad de mexicanos que insensiblemente van cayendo uno tras otro….
Quizá esta insensibilidad esté bien explicada en la escena del asalto al banco,
tan llena de tanta mala leche, en la que el “ejército” de las buenas costumbres
entona sus cánticos y son acribillados, utilizados como escudos humanos en el
enfrentamiento entre las dos bandas. Y vemos como, con la calle llena de
cadáveres de bienintencionados ciudadanos, los niños recrean despreocupadamente
la escena vivida, jugando a policías y ladrones.
Yo eché en falta una poética en las miradas y quizá también
en los comportamientos, tal y como sí que sentí en Pat Garret y Billy el Niño. Tan solo veo un grupo perfectamente organizado, donde cada uno de los
componentes tienen muy claro que toda acción tiene por fin único el éxito de la
misión: obtener el botín. No importa cuántos de ellos caigan, no hay problema
con matar al compañero como si no fuera más que un caballo con la pata
quebrada, no pasa nada por dejar que los perseguidores se ensañen con el viejo
del propio grupo, a fin de poder escapar los demás. La poética de la amistad
que se asocia a esa famosa última escena, yo no la veo más que como un suicidio
sin sentido. Siempre fueron prácticos, pero en ese momento se les fue la
cabeza, quizá ante tanto tiro y tanto caminar por el límite de la muerte,
ebrios de poder, decidieron, sin pensárselo, ir al encuentro de la muerte y
descansar en esa carrera sin límite. No veo la amistad por salvar a su
compañero Ángel, el único cuyo motivo del asalto al tren es dotar de armas a su
pueblo machacado por las facciones de mexicanos borrachos de poder.
Y mientras espero con gran curiosidad al Peckinpah que echará
mano del humor en La balada de Cable Hogue, permanece en mi, mágica y
evocadora, la potente primera imagen de Grupo salvaje. Ese escorpión, lleno
de veneno que mata, asaltado por una ingente cantidad de hormigas, que le
imposibilitan toda opción de respuesta.
Terezalo