viernes, 16 de diciembre de 2016

"Murder!": Sir John entra en escena

Si bien se podría calificar a Murder! (Asesinato, 1930) como la más floja de las películas del ciclo sobre la etapa británica de Hitchcock, afirmación que cobra todavía más motivo por la paupérrima calidad de la transferencia de celuloide a DVD y a la falta de unos veinte minutos de metraje, la película no carece de interesantes logros, así como de las señas de identidad del cineasta inglés.

En primer lugar, cuenta, una vez más, con la trama del falso culpable, en este caso de “la” falsa culpable (Diana Baring, encarnada por Norah Baring), con la particularidad de que, por encima, el encargado de demostrar la inocencia de la joven culpada es el mismo que la sentenció (cosa esta que no aparece en la novela en la que está basada, Enter Sir John de Clemence Dane y Helen Simpson): el magnate de los teatros y encantador Sir John Menier (Herbert Marshall). Este es precisamente uno de los golpes de efecto de la película, pues su protagonista absoluto no entra en escena hasta que no nos hemos adentramos unos veinte minutos en la trama. Se hace raro que en la versión fílmica de esta historia nos enteramos mucho más tarde de que Sir John es en realidad el empresario del teatro en el que trabaja la falsa culpable, que ella está enamorada de él y de que por su culpa la mataron, ya que no la contrató con la esperanza de que se fogueara en teatros más pequeños. Todo esto no estaba en la novela original, en la que Sir John es un mero espectador del juicio. La trama se enrevesa más todavía cuando resulta que Sir John contrata a otros dos actores (que no entendemos muy bien si son de la misma troupe o tan solo viven en las cercanías de la fallecida) para hacer de detectives y, para colmo, el que al final resulta ser el asesino es otro miembro de la compañía, genio de los disfraces y la imitación de voces y que descubrimos que no se puede casar con la protagonista por ser mestizo. ¿O en realidad lo que se lo impedía era su orientación sexual? Recordemos asesina a su compañera de trabajo porque va a revelar su secreto: “Pero si es medio...”. ¿Cómo iba a terminar la frase? ¿Medio negro o medio hombre? Aparte, ¿pero Diana no estaba enamorada de Sir John? ¿En qué quedamos?


Como vemos, la trama no tiene ni pies ni cabeza, pero la película presenta algunos temas muy caros al genio gordito. Es que se trata no tanto de lo que dice sino de cómo Hitchcock nos transmite la historia mediante lo que muestra y lo que no muestra la cámara. Por ejemplo, tras la deliveración del jurado solo se nos dice que estos han llegado a un acuerdo, no cuál es este. La cámara permanece fija en la sala de reuniones cuando el jurado se va a la sala de la vista. Se oye fuera de campo la voz del juez y la del presidente del jurado y a continuación un revuelo del público asistente, a lo que el juez replica: “Silencio en la sala mientras se le lee a la acusada su sentencia de muerte”. Fundido a negro. Ahí nos muestra, una vez más Hitchcock su maestría, así como una economía visual realmente admirable para una escena que probablemente cualquier otro director de películas del subgénero de películas judiciales no dejaría fuera de plano.

Lo mismo se puede decir de imágenes muy sugerentes de luces y sombras con mucha significación, probablemente influenciadas por el expresionismo alemán que Hitchcock aprendió en su aprendizaje en los estudios de este país, con idéntica fuerza expresiva a las que vimos en The Lodger, como por ejemplo la imagen de una sombra del patíbulo sin ningún sonido en una imagen aislada que se nos muestra tras la condena a muerte de Diana.

Cabe destacar que es una de las pocas películas en la que la esposa de Hitchcock aparece acreditada como guionista, a pesar de que haya quien diga que Alma Reville era la auténtica genio en la sombra, con gran capacidad de decisión y presente detrás de todas sus obras.

Jesús de la Vega

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