La cinta en realidad fue rodada sin sonido y luego sonorizada y se convirtió en la primera película británica hablada. Quizá precisamente por eso, los diálogos son cortos y resultan incómodos y los sonidos de fondo se aprecian amplificados y molestos. Quizá los responsables de la película querían que quedase bien claro que era sonora. En cuanto a la fotografía, esta destaca por las líneas rectas, horizontales y verticales, que son una constante del cine hitchcockiano y también de la arquitectura británica.
El final es raro en la filmografía de Hitchcock, ya que probablemente se trate de su única película en la que el desenlace es ambiguo moralmente, dado que Alice White (Anny Ondra) finalmente se decide a confesar su crimen y expiar su culpa, pero cuando va a hacerlo no es escuchada por la policía que está demasiado ocupada y no toma en serio a la chica. ¿Acaso hay en el joven Hitchcock un atisbo de conciencia feminista? Por otro lado, quizá Hitchcock pretende no darnos una moraleja y dejar el sentido de la película abierto a interpretaciones. O tal vez esté diciendo que, aunque la chica matase al pintor y probablemente la ley la fuese a juzgar duramente en caso de descubrir la verdad, si atendemos a criterios puramente morales, en realidad ella solo estaba defendiéndose ante el acoso de un hombre que quería manchar su honra. En este sentido, la cinta me hace recordar a un Fritz Lang a medio cocer (claro que sin la genialidad de este), pues la muchacha se nos presenta al principio con una moral dudosa, pues engaña a su novio, el policía, con el que al final parece quedarse, justo al contrario de lo que pasa en The Lodger.
Recordaba esta película como mejor de lo que me ha parecido en este segundo visionado, en el que me ha parecido que la trama deja bastante que desear y tan solo me han mantenido realmente interesado las secuencias del Museo Británico mencionadas anteriormente. Sin embargo, la ausencia de entretenimiento ha hecho que me fijase en el modo de filmar de Hitchcock, tan preciosista, con esos insertos de primerísimos planos en largos planos fijos y, sobre todo, la panorámica vertical en la falsa escalera, en la escena, clave, ahora lo sabemos, en la que la chica y el pintor suben al apartamento de este último. También destaca en este sentido la toma en la que un biombo divide el espacio en el que se encuentra el pintor, vestido, y la actriz, en ropa interior para cambiarse al tutú, en la que una línea recta vertical divide claramente lo privado de lo público.
En definitiva, se trata de una película con una trama mediocre pero ideal para apreciar la composición rectilínea y el montaje de uno de los grandes del cine de todos los tiempos.
Jesús de la Vega
Hitchcock será muchas cosas, pero feminista, no.
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