La primera escena de una
película siempre nos puede desvelar algo importante de lo que quiere el
director. En este caso, un viejo vaquero entra en un pueblo y piensa que la
gente se ha congregado para verle. Entonces, un policía le empuja diciéndole
“aparte, abuelo”; la gente esperaba para ver una carrera de caballos contra un
camello.
El viejo Oeste está
muerto, algo diferente se abre camino, y así lo muestra un coche que pasa en
esa misma escena levantando el polvo de la calle. Este oeste ya no es peligroso
porque esté plagado de indios. Éste es el oeste donde lo peligroso es la
condición humana de aquellos que se suponen civilizados. Incluso cuanto más se
ajustan a las normas, más peligrosos pueden llegar a ser. La brutalidad de unos hermanos que ansían violar a la protagonista femenina
puede ser defendida con la ley. Sólo queda la honradez de unos pocos hombres.
La amistad y la lealtad por encima de todo, contra una sociedad que florece ya
putrefacta.
Las grandes escenas de
tiroteos y duelos, la música, las interpretaciones y la fotografía están a un
nivel de una gran película que pasó a la historia del cine. La violencia y la
belleza van unidas, y no se entenderían la una sin la otra.
Hay cierta contención en algunos momentos, se evita que la violencia estalle de manera salvaje a mitad de la historia, en pro del clásico duelo final. También hay una
historia de amor con un final feliz que deja satisfecho al espectador, evitando un drama sangriento tras tanta miseria humana. En ese equilibrio, la película encuentra
su historia, su curso, y acaba desembocando en la muerte bajo la placidez de
los bosques del viejo Oeste.
M.C.R.