En segundo lugar, llama la atención en esta cinta lo arraigado (no sé si decir en el director, en los guionistas o en de todo el pueblo latinoamericano) de los conceptos de mesías, de sacrificio, de expiación y de redención, pues estamos ante un protagonista que ha perdido la conexión con su pueblo y decide mediante un sacrificio ritual pedirles perdón y a la vez salvarles.
En tercer lugar, cabe hacer una lectura política de la película: la doble colonización de (la de los españoles y la de los Estados Unidos) ha hecho que los indígenas hayan emigrado a las ciudades y hayan perdido lo que les religaba con su pueblo, sus raíces, sus costumbres y sus dioses. Es curioso que en la película incluso los habitantes del campo no recuerdan muy bien sus ancestrales canciones. Los gringos han logrado pervertir a algunos indígenas al ofrecerles dinero y otras comodidades, con lo que logran que algunos individuos, los líderes de las comunidades en muchos casos, traicionen a su pueblo.
A una puesta en escena por medio de largos flash-backs compuestos por largos planos (toda la tercera parte es un larguísimo flash-back, hay que añadir las bellísimas tomas de los inmensos valles y las magníficas montañas andinas, que ponen por contraposición al humano a escala de hormiga. Un plano en concreto nos impresiona y, por cierto, nos remite al zoom inverso del corto Los hieleros del Chimborazo (Igor y Gustavo Guayasamín, 1980), donde también el tamaño desmesurado de los Andes queda patente. Por cierto, que esta película también toca, si bien de refilón, un tema central de la cinta de Sanjinés, pues al traer los colonizadores formas de explotación como el trabajo asalariado, obligan a los indígenas a hacer un durísimo trabajo que, encima, por causa de los bajos precios, les permite solamente sobrevivir.
En fín, el círculo último pone un colofón perfecto a esta estupenda película, que es de esas pocas que logran desconcertarte, apasionarte, replanteártelo todo, dudar, te dan inmediatamente ganas de volver a verla y te dejan pensando durante días. Una magnífica obra de arte, de sensibilidad y de política.
PD: al ver la película nos vinieron a la cabeza dos referencias, pero luego escribimos la crítica de un tirón y no encontramos lugar donde hablar de estas influencias, así que lo hacemos en esta especie de epílogo. En primer lugar, encontramos en este cine vernáculo claras reminiscencias de Deus e o diabo na terra do sol (Glauber Rocha, 1964). Rocha es un referente del cine latinoamericano, del cine pobre y del cine vernáculo. Por otro lado, el otro anclaje que encuentro es con el cine de Werner Herzog, que en películas como Fitzcarraldo, Aguirre o Cobra Verde se enfrentó a personajes bigger than life que llevaron a cabo hazañas gigantescas, como es el caso de este indígena que lleva a cuestas una pesada máscara por kilómetros y kilómetros desde La Paz hasta su comunidad. Pero no solo eso, sino que al abordarlo, el equipo de rodaje (al igual que el de Herzog) también decide llevar a cabo una labor heroica, llevar a cabo la filmación en unas condiciones durísimas, en el altiplano, en lugares que probablemente no presentaran las mejores condiciones para el cine y que, además, son paisajes grandilocuentes y sobrecogedores.
Jesús de la Vega