Cualquier chaval con
cierto interés por el mundo del cine puede hoy elegir entre miles de
títulos, pero cuando Roman Polanski estudiaba cine, el acceso a este
medio, que, recordémoslo, tenía como soporte el caro celuloide, era
un bien más que escaso, sobre todo en Europa del
Este, donde la falta de dinero se unía a la censura de todo o de
gran parte de lo que venía del Oeste. En cualquier caso, los alumnos de la escuela de cine de Lodz (Polonia), donde Polanski estudió, eran sin
duda unos privilegiados que tenían acceso a mucho cine que el común
de los mortales no podían ver, sin llegar, repitámoslo, a una
millonésima parte de lo que hoy se puede alcanzar. Sea como fuere,
viendo el estupendo corto Gdy spadaja anioly (Ángeles caídos, 1959), uno se da cuenta de
que, aparte de influencias de su primera época que Polanski admite
en sus memorias, como Buñuel o Hitchcock, en esta película se
muestra la influencia de otro de los grandes del cine: Sergei
Einsestein, y en concreto de su Iván el terrible, en el que a lentas secuencias en blanco y negro sucede un montaje vivo
en color. Lo mismo ocurre en esta película, con la particularidad de
que el director polaco hace lo contrario de lo que se suele hacer:
pone los recuerdos de la anciana cuidadora de urinarios en color,
haciéndolos más vivos que la propia realidad, al contrario que, por ejemplo, en El mago de Oz.
La actriz Barbara Lass, primera esposa de Polanski |
Por otro lado, la
película conmueve por una idea sencilla reforzada con la mencionada
puesta en escena: la vida de cualquier persona, incluso la de una apacible y
aparentemente anodina anciana, ha tenido momentos de una gran pasión,
felicidad, tristeza… Esta anciana, interpretada por momentos por
una vieja actriz y en otros por el propio Polanski (desconocemos si
la actriz falleció o no estaba disponible en esos días de rodaje),
se nos presenta, además de como la encarnación de una Polonia
constantemente invadida y en guerra, como una virgen a la que se
anuncia un ángel o, en una interpretación más cotidiana, como una persona cualquiera de dura vida que es redimida
al final de sus días. Si se trata de un mensaje religioso, tal vez
sería el único de este descreído director, que en su día fue el
cineasta transgresor, “cool” y postmoderno por excelencia.
Jesús de la Vega
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