jueves, 27 de julio de 2017

Crítica de "Desayuno con diamantes"

La película que nos ocupa hoy es una obra que casi de forma instantánea se convirtió en un mito del cine clásico, marcando una referencia de estilo de vida en varias generaciones (el glamour).

Se trata de una comedia dirigida por Blake Edwards en 1961, basada en la novela Breakfast at Tiffany´s del escritor Truman Capote y protagonizada por Audrey Hepburn y George Peppard.

Edwards transforma una obra literaria melodramática en una delicada comedia en la que se puede observar el respeto y la sensibilidad que el director muestra por las debilidades de los personajes, dulcificándolos con respecto al libro y poniendo a los dos protagonistas al mismo nivel. Destaca también la seriedad con la que presenta su trabajo al gran público, para hacerla más atractiva. Convierte la película en una historia de amor con final feliz que el libro no muestra.


La construcción de los personajes derrocha experiencia y maestría: Holly, una joven libre, sofisticada y excéntrica, decidida a casarse con un millonario y que, según avanza la historia, se nos desvelará como un ser delicado y frágil. Paul, un joven con los pies en el suelo que intenta abrirse camino como escritor entre el turbulento mundo de las editoriales neoyorquinas y que se enamora de Holly, debatiéndose entre las dudas que se le presentan ante una mujer a la que no se le pone nada por delante y (¿por qué no decirlo?), siempre generó temor a muchos hombres. O.J. Berman, interpretado por Martin Balsam (“Holly es una farsante”), secundario de lujo (Pelham 1,2,3, Asesinato en el Orient Express de Sidney Lumet, Todos los hombres del presidente de Alan J. Pakula). E-2, Patricia Neil (El manantial de King Vidor), mecenas y amante de Paul. Mr. Yunioshi es Mickey Rooney, el artista japonés vecino de Holly con el sueño bastante desajustado, a causa de las llamadas al timbre de ella a horas intempestivas y los ruidos de las fiestas que ésta hace en su apartamento.

Para culminar la obra, Edwards echa mano de su compositor fetiche, Henry Mancini, que realizó prácticamente toda la composición de su filmografía. Destacar la composición “Moon River”. Se trata de una composición sin variaciones complejas pensada específicamente para Audrey, al no tener la actriz formación musical.

Siempre quedarán en la retina de los amantes del cine escenas como el comienzo en el que Holly observa ensimismada el escaparate de la joyería Tiffany's al alba, con las calles de NY desiertas, mientras desayuna un café con un bollo; la fiesta en su apartamento, que suena a un anticipo de lo que luego Edwards nos ofrecería en el excéntrico film El Guateque”, o Holly cantando “Moon River”, sentada en el alféizar de la ventana, tocando la guitarra y observada por Paul desde el piso superior en la escalera de incendios. Estas y otras más se han convertido en iconos de la historia del cine.

El título, Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany’s), proviene de una anécdota conocida en el círculo de amistades de Capote, según la cual alguien que no había estado nunca en Nueva York confundió la prestigiosa joyería con un glamouroso restaurante neoyorquino.

Juan José Palomo

viernes, 14 de julio de 2017

"Sunset Boulevard": Anatomía del fracaso

Hace mas o menos tres años acudí a recoger a una amiga que salía del frenopático, tras su enésimo intento de suicidio, y nada más verme, sin apenas saludar, dijo "vamos a casa a ver Sunset Boulevard". Cuando le pregunté por qué, respondió que era la única película en la que todos sus personajes realizan un viaje que lleva de la degradación al abismo más negro, y lo hacen de forma consciente. "Como yo", añadió. La miré y asentí.

Y recordé Sunset Boulevard y a mi retina llegó la voz de un muerto en una piscina reviviendo su descenso a los infiernos y las singulares circunstancias que provocaron su degradación y las poderosas luces y sombras de una triste y ajustada fotografía en blanco y negro, los expresivos y dolorosos ojos y manos de una vieja y demolida estrella del cine mudo, la lealtad infinita y humillada de un primer amor que no muere, el solemne entierro del cine mudo, la crueldad de Hollywood.

Y sin saber la causa me vino a la memoria Neil Young diciendo: la otra cosa que tenéis que realmente hacer es acoger en vuestras vidas con los brazos muy abiertos y una visión muy amplia es el fracaso. Aseguraos de darle siempre la bienvenida al fracaso. Decid siempre: fracaso, encantado de tenerte, ven.


Porque la obra maestra, una más (nadie ha sido tan sublime tantas veces: El apartamento, Días sin huella, Perdición, El gran carnaval, Irma la dulce...) parida por este poeta del claroscuro, nos habladel fracas y las muchas y deslumbrantes neuronas de WB lo diseccionan parte por parte, con la frialdad de un forense social, desde la caída del Hollywood de la edad de oro a una prensa carroñera, tanto en la realidad como en la ficción, dimensiones ambas que entran y salen del filme con la misma facilidad con la que el cuchillo corta la mantequilla.

Sarcasmo, gracia y lucidez parten de la afilada boca de Wilder. También muestra comedia y drama. Enseña con mordacidad las miseriashumanas, pero comprendiendo sus razones para sercomo son y actuar como actúan. Encadena planos con ferocidad descriptiva, mezclando a partes iguales, como el más consumado barman, inteligencia y complejidad, ritmo y atmósfera.

Nada es previsible, los secundarios alcanzan vida propia, y ahí están las figuras de cera, ¡un brindis por ellos!, el fiel Von Stroheim o el resto de figurantes, todos perdidos en los días sin huella. En muchas secuencias, Billy Wilder me provoca un nudo en la garganta y un escalofrío, y en todas un sigiloso déjà vu de tristeza.

Larga vida a la obra de este cerebro poderoso y original que escapó a la barbarie nazi viajando a Estados Unidos. Una vez allí se enteró de que su madre y buena parte de su familia habíansido gaseados por los de raza aria. Por eso, recordad, fracaso, encantado de tenerte, ven.

D.S.

jueves, 13 de julio de 2017

"Sunset Boulevard": El guionista que narró su propia muerte

El cadáver de un guionista flota en la piscina de una mansión de una antigua estrella de la pantalla. Él siempre quiso tener una piscina  ¿Quién en todo Hollywood no deseaba tener una? El propio cadáver nos narra, en un guion escrito in extrema res entre el terror y la ironía, la historia que le arrastró hasta aquel destino fatal.

Probablemente hasta que Wilder no lo dijo, en Hollywood no se habían dado cuenta de que las estrellas envejecen, se olvidan y hasta a veces pueden enloquecer.  No todo era glamour y perfección en la industria del cine. Probablemente esta cinta molestara a más de uno de los grandes de la industria. Al menos Louis B. Mayer, cabeza de la MGM, así se lo hizo saber al director. Sus palabras fueron: "¡Hijo de puta! Has hecho caer en desgracia a la industria que te alimentó y te hizo. Deberías ser tirado al alquitrán, cubierto con plumas y expulsado de Hollywood". A lo que Billy Wilder contestó con un escueto "Fuck you!".


El film está magistralmente interpretada por Gloria Swanson, divina donde las haya, con sus gestos grotescos y exagerados y esa mirada que es la pura expresión de la locura. Sobrecogedor su descenso final ante las cámaras en lo que ella cree su ansiado regreso a la cúspide. William Holden, excelente en su papel de guionista cínico y ambicioso. Erich V. Stroheim, con una actuación sobria, es capaz de emocionar con el lado humano del personaje y Nancy Olson que pone el contrapunto al personaje de Swanson aportando la imagen de una chica joven y sencilla. Wilder nos obsequia además con la sorpresa de los cameos de grandes estrellas del cine mudo, Buster Keaton, H. B. Warner y Anna Q. Nilsson. Del director Cecil B. de Mille y de Hedda Hopper, famosa columnista de la época.

Magnífica película, ya mítica, de un gran director. Un guion impecable que Wilder compartió con Charles Brackett, con quien ya había colaborado en otras grandes cintas como Ninotchka de Lubitsch o Berlín Occidente del propio Wilder. Inteligencia y virtuosismo cinematográfico que dan como resultado una obra maestra que se graba en las retinas y en la memoria de los espectadores.

Matilde Lledó