viernes, 25 de septiembre de 2015

"Chinatown": Un estado mental

Entre mediados de los 60 y mediados de los 80, a Roman Polanski, aparte de proyectos más personales (algunos de ellos disparatados), le dio por releer los grandes géneros cinematográficos desde su personal punto de vista, en un ejercicio que le dio grandes éxitos y también algún fracaso, como fue el caso de Pirates (Piratas, 1986). ¿Y cuál es su punto de vista? A esta difícil pregunta, responderíamos que el del hombre postmoderno por excelencia e incluso, diríamos, el del neurótico.

En este proceso de relectura se enmarca Chinatown, una película de la que, por cierto, hay que decir que existe una segunda parte, The Two Jakes, dirigida por el propio Jack Nicholson en 1990. Chinatown es un pastiche del ciclo negro con guion de Robert Towne, escritor que se había formado en la factoría Corman y que ganó un Oscar por esta película, pese a (o gracias a) que Polanski le cambió el final. Curiosamente, en esta historia de poder, corrupción y lujuria apenas aparece el barrio chino al que se refiere el título, que es más que una localización o un personaje es un estado mental que sobrevuela todo el film.


A pesar de trabajar sobre un guion ajeno, el director polaco se las arregla para introducir en la película varias de sus obsesiones (el poder y la pareja, ¿no son acaso las dos caras de la misma moneda?), lo cual lo revela como uno de los grandes, un autor con mayúsculas. En este sentido, al ver ahora en este taller de crítica varias de sus películas en orden cronológico, le pone a uno los pelos de punta comprobar que el final de esta cinta es prácticamente el mismo que el de “Repulsión”: el ogro incestuoso se queda con la niña inocente e indefensa (¿o no tanto?). Y si dijimos que en la película británica, el novio de la hermana de la protagonista era un trasunto del propio Polanski, aquí vemos que el personaje con el que el director se identifica no el detective que encarna Jack Nicholson, sino, de nuevo, el “malo de la película”, el personaje encarnado por John Huston (por cierto, que esta decisión de casting es ya, en sí, toda una declaración de intenciones que revela la decisión ya mencionada de homenajear al género negro).

Así que no nos queda más remedio que, como hicimos en el caso de Repulsión, hacer un paralelismo entre el film y la propia vida del director, que se ha hecho más famoso por motivos extracinematográficos que por su cine y, muy en concreto, por su polémica faceta de perversor de menores, que le ha llevado a estar entre rejas en varias ocasiones. De nuevo se nos plantea la misma pregunta: ¿de qué lado está Polanski? Y, otra vez, la respuesta es la misma: en un principio parece que el autor está del lado de las mujeres, pero en un análisis más profundo y psicoanalítico, da la sensación de que en realidad es al contrario, pues la mujer no es tan inocente y el hombre en realidad se limita a ser el depredador en que su biología lo ha convertido. Por supuesto, que esta lectura psicoanalítica y de género no niega la perfección de la obra cinematográfica, tanto en términos de diálogo, de ritmo, de puesta en escena... que, sin duda, hacen de esta una de las cúlmenes de la obra del cineasta polaco.

Jesús de la Vega

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