viernes, 22 de septiembre de 2017

Crítica de "Ride the High Country"

Magnífico western en el que no nos falta de nada, solo los indios y ni se les echa de menos.

El oro es el eje central de la película y acapara el protagonismo haciendo de hilo conductor, cosiendo historias que confluyen en un mismo punto: la mina. La trama se va tejiendo y destejiendo a gusto del director, que hace una presentación impecable de todos los personajes, que se alejan o acercan del vil metal a conveniencia de un guion bastante elaborado, a pesar de la perpetuación de estereotipos y herencias inherentes al género.

La amistad y la honradez, como contrapunto a la codicia que desvía a las ovejas de su destino, suben al podio de los vencedores prevaleciendo como valores eternos e imperturbables. La ley triunfa sobre los patanes que la desprecian; el amor aparece como la redención de pecaminosas acciones ocupando su lugar en la trama, salvando del mal camino al codicioso joven, aprendiz de vividor, trayéndole a la senda de la rectitud y el orden.


Al final, como en cualquier tragedia griega, el elegido por los dioses para llevar el oro a buen puerto paga con su vida la osadía de creer en un mundo justo donde los malos pierden siempre y los buenos alcanzan la gloria final, aunque en algunas ocasiones tengan que tomar atajos para llegar antes a la meta.

Cuidada fotografía, marco excelente del desarrollo de la trama, y primeros planos en los que muestra la decadencia de unos personajes más que caducos que sin embargo todavía guardan las viejas costumbres del lejano oeste, costumbres que prevalecen como la de poner precio a la vida humana que en ocasiones es menor de lo que vale un caballo o un rifle, el papel de la mujer como moneda de cambio, encasillándola en los únicos y posibles perfiles que permitía la sociedad de la época.

Marijo Rojo

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