viernes, 25 de noviembre de 2016

"Alarma en el expreso": Nadie es el que parece

The Lady Vanishes (Alarma en el expreso, 1938) es, sin duda, una de las mejores películas de Alfred Hitchcock. No solo de su período británico, sino de toda su abultada trayectoria. En ella se detectan muchas de las claves de su cine y de las obsesiones personales del cineasta de Leytonstone.

En uno de sus típicos tours de force, el director se las arregla para lograr que un film que se desarrolla casi íntegramente en un hotel cercano a una estación de ferrocarril y en el propio tren, resulte trepidante. Hitch nos mete en la trama poco a poco. Al principio nos presenta a todos los personajes plantados en la estación y parece que los protagonistas van a ser los dos británicos que al final resultan ser tan solo los graciosos. Luego, parece que el protagonismo va a recaer en la señorita Froy (May Whitty) y solo finalmente este pasa a la pareja formada por Iris (Margaret Lockwood) y Gilbert (Michael Redgrave).

¿Qué diferencia esta cinta de cualquier otra del mismo autor? ¿A qué se debe su originalidad? La respuesta a estas dos preguntas quizá no sea tanto mérito del cineasta sino de la época tan única en la que fue rodada, es decir, los momentos justo anteriores a la Segunda Guerra Mundial.


Una trama que podría parecer detectivesca (sin más) se convierte en un alegato si no belicista, al menos a favor de la defensa frente a agresiones externas. Se respira en el guion, escrito por Sidney Gilliat y Frank Launder y basado en un relato de Ethel Lina White, el ambiente prebélico, lleno de paranoia, pues nadie está seguro de que el otro sea el que parece. Todos los personajes pueden, potencialmente, ser espías (y, de hecho, muchos de ellos resultan serlo). Así, una enfermera-monja resulta ser una desertora que se ha pasado al bando enemigo y solo en el último momento vuelve al bando británico. En la lógica interna del film, el personaje ha cometido un error moral, pero al final vuelve al redil. Al más puro estilo John Ford, habrá de pagar un precio por su cambio de bando, aunque esta deserción haya sido temporal: se redime con la muerte. También en esta línea y en un toque muy realista, es al representante de la ciencia, el doctor Hartz (Paul Lukas), al último de los pasajeros del tren que protagonistas y espectadores dejamos de creer, pese a que al final el público descubre que es el mayor espía enemigo.

Probablemente estemos hablando de la primera cinta en la que Hitchcock emplea un tema que en posteriores películas (Spellbound, Psycho, Vertigo, Marnie) le va a dar mucho juego: el del psicoanálisis. Un falso médico quiere hacerle creer que ha sufrido una alucinación y, aunque ella está segura de que no es así, llega casi al punto de rendirse. Incluso el cineasta llega a hacer una broma con el nombre del fundador del psicoanálisis, pues la dama que desaparece se llama “Froy” y le dice a la protagonista: “sin D”.

De nuevo, como en otras ocasiones, observamos la genialidad del cineasta británico, que siempre utilizaba material ajeno, proveniente de novelas u obras de teatro, y siempre trabajaba con guionistas, pero lograba hacer que todas las películas que firmó fueran 100% Hitchcock, en las que se encargaba de poner su toque personal.

De nuevo, Hitch nos recuerda que nada (ni nadie) es lo que parece.

Jesús de la Vega

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