viernes, 28 de octubre de 2016

"The Lodger": ¿Qué sucede en la mente de un genio?

Alfred Hitchcock siempre ha sido apreciado entre los cinéfilos, además de por sus tramas llenas de suspense, por su cuidado del detalle y los retratos psicológicos de sus personajes, que a menudo muestran personalidades atormentadas. Estos nos llevan a pensar cuáles serían las obsesiones profundas de este cineasta, escondidas detrás de una apariencia tan normal, cuáles los deseos que apenas dejaba entrever en su cine, ocultos tras su persona mediática y su apariencia de hombre bonachón. Todo esto se aprecia ya en su época británica, a menudo menospreciada, e incluso en sus películas mudas, sobre todo a partir de The Lodger, la primera de sus obras que, según propia declaración, tiene “el toque Hitchcock”.

Después de un par de películas un tanto balbuceantes, Hitchcock se presenta en todo su esplendor en esta obra ya de madurez, en la que, pese a no contar con las voces de los actores, sus rostros y gestos son más que suficientes para narrarnos una historia en la que tampoco los intertítulos son muy numerosos. Sabido es que antes de convertirse en director, Hitch había sido diseñador de intertítulos y precisamente en este aspecto se luce en esta película, pues las cartelas no se limitan a ser simples acotaciones, sino que siempre aportan algo más, un simbolismo que nos da una pista de por dónde van a ir los tiros en la película. Además, algunas de ellas tienen movimiento, no se quedan en el estatismo habitual de este recurso, e incluso el cineasta innova al introducir el texto dentro del propio cine, como es el caso de los titulares de periódico y, más en concreto, los neones, que cuentan más de lo que cabría esperar de algo tan cotidiano.

The Lodger, basada en una novela inspirada en los asesinatos de Jack el Destripador, narra la historia de un falso culpable, alguien a quien apuntan todos los indicios de un crimen que no ha cometido y del que solo se librará, al más puro estilo Griffith, en el último momento, a punto de ser linchado por la muchedumbre enfebrecida.


¿Por qué esta historia, repetida una y mil veces en las películas del rechoncho realizador, le obsesionaba? ¿Se oculta tras el personaje encargado por Ivor Novello el rostro del director? De ser así, ¿cuál sería el crimen inconfesable que se encarga una y otra vez de negar? Como decíamos, esta película muestra ya muchas de las constantes de lo que será el futuro cine de Hitchcock y entre ellas están nada menos que dos apariciones del propio director en cámara, la palabra "Brandy" (que aparece en todas sus cintas) y, por supuesto, la escalera tantas veces repetida en su cine (el caso más conocido tal vez sea el de Psycho). ¿Era esa escalera la de la casa familiar del director cuando era niño? De ser así, ¿qué ominoso crimen cometió allí el infante para que toda su vida hiciera, una y otra vez, películas mostrando su sentimiento de culpabilidad, a menudo frente a una madre todopoderosa? ¿Ocultan todas las películas del cineasta británico un complejo de Edipo tal vez no superado?

Se trata de una película que, como es común en Hitchcock, juega todo el tiempo con la psicología del personaje y del público, dejando en todo momento la ambigüedad entre si el protagonista es el asesino o no (gran trabajo por parte del actor, hay que decirlo), hasta el final, en que todo queda aclarado y la bondad del protagonista fuera de toda duda. ¿O acaso no es así? (los seguidores del cine hollywoodiense del gordito realizador sabrán que algo similar ocurre con dos cintas de su época norteamericana: Shadow of a Doubt (La sombra de una duda, 1943) y, sobre todo, Suspicion (Sospecha, 1941).

Por otro lado, hay que destacar la buena calidad de la restauración digital, recientemente realizada, y la música, que, pese a no adaptarse a la época en la que la película fue realizada, la hace más entretenida y enfatiza las partes con más suspense.

El lado oscuro del genio ya estaba aquí a pleno rendimiento.

Jesús de la Vega

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